ACOMPAÑAR, DISCERNIR E INTEGRAR LA FRAGILIDAD
Vivir los retos familiares con María
En el transcurso de reflexión y profundización de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia (AL), nos hemos dado cuenta de una novedad, esto es, del puesto reservado a María. Normalmente en los documentos de la Iglesia ella aparece hacia el final, casi como un adorno del que pudiera prescindirse. Aquí en cambio, está puesta al principio, en el número 30:
“… Las familias – escribe el Papa– son invitadas a contemplar al Niño y a la Madre... Como María, son exhortadas a vivir con coraje y serenidad sus desafíos familiares, tristes y entusiasmantes, y a custodiar y meditar en el corazón las maravillas de Dios (cfr. Lc 2,19.51). En el tesoro del corazón de María están también todos los acontecimientos de cada una de nuestras familias, que ella conserva cuidadosamente. Por eso puede ayudarnos a interpretarlos para reconocer en la historia familiar el mensaje de Dios”.
Y bien sabemos que María, es siempre una imagen de ternura, amor y alegría. Ayuda, como nos ha enseñado Don Bosco, especialmente en los momentos difíciles, a todos los cristianos y en especial a los miembros de nuestra Asociación ADMA.
Introducción
Estos temas se han pensado para animar nuevamente el camino en favor de la familia recogiendo todos los desafíos y las oportunidades que nos ofrece este tiempo. Esperamos que puedan servir para poner en movimiento un renovado empeño en favor de toda la pastoral de la familia y de una misericordiosa acogida de quienes viven en particulares situaciones de fragilidad.
La encíclica AL no puede ser reducida a los temas expuestos en el capítulo VIII, sino que es más acertado leerla e interpretarla en su conjunto. Como recuerda el mismo Papa, a partir de la “alegría del amor que se vive en familia”: este no es solo el título, sino también el contenido principal de la Exhortación.
El capítulo VIII de AL nos anima además a hacer crecer nuestra Asociación ADMA bajo múltiples aspectos: espiritualidad de la misericordia; capacidad de acogida y acompañamiento personal; vida comunitaria y litúrgica no limitada a la celebración eucarística; presencia de caminos de fe compartidos entre familias; sostén y ayuda recíproca, que son un testimonio luminoso para el mundo marcado por excesos de individualismo. Son estos otros tantos motivos más, para no dejar caer en el olvido lo que el Papa Francisco nos sugiere.
Diversas situaciones y posibles opciones
Es importante comprender la perspectiva del Capítulo VIII de AL –titulado “acompañar, discernir e integrar la fragilidad” – partiendo de dos imágenes significativas con la que se abre: el faro y la antorcha (AL 291). La Iglesia, con la riqueza de sus principios ilumina el camino de los hombres y mujeres de todo tiempo (faro) pero está llamada a actuar no solo “desde lo alto”, sino más bien haciéndose pequeña luz en medio de la gente (antorcha).
Así, después de haber indicado una vez más, la altura y belleza del matrimonio cristiano en los capítulos precedentes, viene la invitación a vivir la “gradualidad en la pastoral”, acompañando con paciencia y atención a las parejas que conviven (¡muchos jóvenes que hoy no tienen confianza alguna en el matrimonio!) o unidos solamente por matrimonio civil (AL 293-295). Una tarea comprometida que debería suscitar una mayor atención en toda la comunidad cristiana, a partir de las concretas experiencias de vida de cada una de las personas.
El discernimiento de las situaciones “irregulares” (AL 296-300).
Intentemos entonces comprender, partiendo de AL 296-300, los diversos casos concretos y las posibles opciones ligadas a las “situaciones irregulares”. Todos sabemos que los grandes deseos y las esperanzas de alegría que llevan un hombre y una mujer a “casarse en el Señor”, a veces se rompen ante las opciones cotidianas, hechas también de cerrazones, incomprensiones y traiciones. Un proyecto de amor, el don de los hijos, la ayuda recíproca en la vida: todo parece perdido
La frecuencia con la que hoy muchas parejas llegan a esta opción, abre diversos escenarios, que comportan consecuencias no solo desde el punto de vista práctico (baste pensar en los problemas ligados a la perdida de una habitación común), sino que tienen también importantes repercusiones en el aspecto moral cristiano.
La vía maestra, para quien se ha separado, es la de la fidelidad al vínculo matrimonial, sostenidos por la gracia recibida en la celebración del sacramento nupcial. La Iglesia acompaña con afecto y amor a quien así obra, porque esta decisión, aun con el comprensible disgusto y la aparente “locura” a los ojos del mundo, constituye un testimonio de santidad cotidiana y afirma la verdad del matrimonio cristiano único e indisoluble.
Otros “escenarios”
Es posible, sin embargo, que un hombre o una mujer separados del cónyuge, sobre todo si son todavía jóvenes, en el momento en que se enciende en ellos un sentimiento profundo por una nueva persona y se presenta la ocasión de una nueva unión, no logren renunciar a esta posibilidad de vivir un amor feliz. Así la persona, que se ha quedado sola, inicia una nueva relación afectiva de tipo conyugal (convivencia o matrimonio civil), aun sabiendo que se trata de una unión “irregular”, porque contradice la indisolubilidad del anterior matrimonio. Se abren entonces otros escenarios.
A través de la que, a todos los efectos, es una vía judicial, se trata de comprender ante todo que es posible instruir una causa de nulidad matrimonial en un tribunal eclesiástico, para verificar si el matrimonio venido a menos, en realidad no ha existido, a causa de un grave defecto de la capacidad o de la libertad de aquel “consentimiento” que debería haberlo hecho surgir. Con todo conviene recordar, para evitar toda ambigüedad, que esta vía no es “el divorcio católico”, sino la búsqueda de la “verdad” sobre el propio matrimonio. ¡Y buscar la verdad es la primera forma de misericordia hacia cualquiera!
Amoris Laetitia anima a todos los fieles y a los pastores a favorecer la participación de estos hermanos y hermanas en la vida comunitaria y preocuparse por su camino espiritual, sin emitir juicios apresurados o sentencias de “excomunión”.
El discernimiento personal y pastoral
El cap. VIII de AL propone un discernimiento personal y pastoral mediante la verificación en la caridad (corazón de la vida cristiana de todo creyente), las disposiciones de la actitud de la persona, la sinceridad del arrepentimiento, la irreversibilidad de la nueva situación conyugal. Hecho todo con el acompañamiento materno de la Iglesia indicados en las actitudes propuestas ya en el título del capítulo: “Acompañar, discernir e integrar las fragilidades”.
La “vía de “amor”, corazón de la vida cristiana de todo creyente.
En primer lugar es necesario que la persona en la nueva unión compruebe “la calidad” de la propia vida cristiana, a partir del “mandamiento de la caridad”, comprometiéndose a vivir las dimensiones fundamentales.
Quien inicia este recorrido de discernimiento, sigue diciendo Francisco, debe manifestarse humilde y expresar el amor a la Iglesia y a su enseñanza (AL 300). Como consecuencia de esta actitud se compromete en este proceso de discernimiento ayudado por un sacerdote o por otra persona cualificada.
Un paso posterior es el arrepentimiento en relación con el matrimonio precedente (AL 298) y la disposición a recorrer, en lo posible, un camino de reconciliación, y de reparación del daño causado, siempre dentro de lo posible (AL 300).
El cuarto paso, quizá el discernimiento más delicado, se relaciona con la irreversibilidad de la nueva unión, porque debe aparecer consolidada en el tiempo, con probada fidelidad y entrega generosa por parte de ambos (AL 298).
La posible readmisión a los sacramentos
Llegados a este punto, podríamos preguntarnos: ¿Qué novedad presenta AL respecto a la doctrina hasta ahora propuesta por la Iglesia, a partir del magisterio de Juan Pablo II? Que “vía de misericordia” nos indican ahora? El discernimiento personal y pastoral (con la ayuda de un sacerdote y con la confesión sacramental) también antes era necesario. Entonces?
Amoris Laetitia haciéndose eco de una “sólida reflexión” (AL 301) de la tradición, invita a distinguir dos aspectos de la acción moral, es decir, distinguir entre el juicio negativo sobre una situación objetiva y la culpabilidad de la persona implicada que, a causa de los condicionamientos o de factores atenuantes, puede no estar en estado de pecado mortal. Esta distinción es importante cuando, en el discernimiento pastoral, se trata de evaluar –en los límites de lo posible– la responsabilidad o imputabilidad de una acción.
Por esto AL afirma: “Ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante.(AL 301). Y un poco más adelante añade: “A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia (AL 305). Y así se sigue que, «sin cansarse de proponer el ideal pleno del matrimonio (descrito ya en AL 307) la Iglesia está llamada a acompañar a los fieles con misericordia y paciencia dando lugar a «la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible» (AL 308).
Tarea fundamental de los sacerdotes, implicación de las parejas, consagrados/as, grupos familiares.
En el centro de este camino está siempre la comunidad cristiana. Se nos ofrece una ocasión preciosa para renovar nuestra fe en la Misericordia: la comunidad está llamada a abrir el corazón y a tender las manos, para que todos se integren. Cuando la comunidad se implica concretamente, está menos inclinada a juzgar y crece en la capacidad de acompañar y acoger.
A los sacerdotes se les pide se estén dispuestos para el acompañamiento personal, y guiar a quien se dirige a ellos para un encuentro más profundo con el Señor, ser el rostro de la Misericordia de la Iglesia y saber captar y valorar lo que el Señor hace madurar en la vida de las personas. Será también muy importante una oportuna catequesis que explique a los fieles el sentido de este camino en la Iglesia, para no debilitar la “alta” propuesta del matrimonio cristiano, y por otra parte, anunciar el evangelio de la misericordia.
Puede ser oportuno que asistan, a quien está haciendo este camino, otras personas de la comunidad: parejas de matrimonios, personas consagradas, un grupo familiar… con los que sea posible instaurar verdaderas relaciones, conocerse, contarse su propia historia, compartir momentos de oración, dificultades y alegrías.
La construcción de un itinerario
La ocasión para iniciar este recorrido personal puede nacer de un encuentro, de una pregunta, de una petición de aclaración. En cambio en otros casos, puede ser que la persona haya hecho ya una etapa de camino con un sacerdote o en una parroquia, y necesite aclarar su situación, de acuerdo con las indicaciones de AL. Debemos pensar también en los fieles que, aun hallándose en esta situación, no dan el primer paso para pedir un acompañamiento. Estamos llamados también a salir para buscar a estos hermanos y hermanas, conscientes de que, quizá, la Iglesia misma puede haber contribuido a alejarlos. Hay que tener siempre una gran sensibilidad y humanidad que se expresa en algunas actitudes y condiciones importantes, como la disponibilidad de tiempo, la manifestación de un interés real por el otro, la suspensión del juicio, la empatía.
Ciertamente será necesario adaptar el itinerario a la variedad de situaciones, demasiado diversas para poder ser simplificadas en pocas líneas. De todos modos, a todos se pide la participación activa en la vida de la parroquia, para que la comunidad pueda también ayudar al párroco a evaluar cuándo ha madurado el tiempo para el paso sucesivo que sería la readmisión a los sacramentos, punto de llegada de un camino en la Iglesia y no una benévola concesión, y mucho menos un arbitrio de algún sacerdote “de manga ancha”.
Conclusión: “¡caminemos, familias, sigamos caminando!”
En toda la Exhortación Amoris Laetitia el Papa Francisco, nos ofrece una gran riqueza de indicaciones para renovar el camino de las familias y de las comunidades. Que la ocasión de esta ficha pastoral renueve en todos los socios de ADMA el compromiso y la acción concorde para que fructifique todo lo que el Señor nos pide a todos los creyentes. Y caminemos juntos. Lo que se nos promete es siempre más. No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido (AL 325).
Preguntas para profundizar en el capítulo VIII:
Qué atención se presta a nuestras familias... parroquias... en la preparación al Sacramento del matrimonio?
Qué apoyo y esperanza podemos ofrecer a las parejas que viven momentos de dificultad y de crisis?
Como miembros de ADMA, ¿somos conscientes de la potencia que encierra la belleza de la vida de familia y el testimonio del amor misericordioso del Señor?
Nuestra Asociación, ¿estará en condiciones de ofrecer acogida cordial e inteligente que ayude a evangelizar la estupenda vocación conyugal y familiar?
Será posible asumir un compromiso concreto en la oración de Adoración, para las familias en situación difícil que hay en nuestras parroquias?
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