GRAN SINFONÍA DE ORACIÓN EN ELJUBILEO DE LA IGLESIA - EN EL NOMBRE DEL PADRE...LA PUERTA DE LA ORACIÓN CRISTIANA
El arte de la oración.
Es un hecho. No hay vida cristiana donde no hay oración: sin oración no se progresa en las cosas del espíritu, ni se ponen manos a la obra auténticamente apostólicas, que son eficaz edificación de la Iglesia. Hay varios tipos de oración cristiana: la oración vocal, la llamada oración mental (meditación), la adoración y la oración contemplativa, llamada también oración del corazón. La misma oración litúrgica se beneficia mucho de este tejido orante cultivado en las formas más variadas, según lo que permiten el contexto del momento y las disposiciones interiores del orante. De hecho, no hay situación existencial que no pueda convertirse fructíferamente en oración, ¡y esto es una gran noticia!
Independientemente de las formas concretas que adopte de vez en cuando, la oración cristiana es la actualización de nuestra relación filial con Dios, es la asistencia a nuestro Esposo y Maestro, es pasar un rato con los ángeles y los santos, bajo la mirada benévola de María. Orar es estar en presencia de la Presencia divina, que ya habita en nosotros por la gracia; es verdaderamente una anticipación de la vida celestial, en la forma más elevada que se permite en esta tierra.
En el itinerario de este año, nos centraremos en particular en la oración vocal, es decir, la que se realiza mediante la recitación de textos preparados de antemano, y a menudo atendida por generaciones de fieles que nos han precedido. La oración vocal conserva una dignidad absoluta y una gran fecundidad. Si se practica correctamente, con la debida atención y apropiación personal de lo que se recita, la oración vocal contribuye a mantener viva la unión con Dios a lo largo de la jornada, sembrando el curso del día (¡y de la noche!) con abundantes pequeñas "citas divinas" (jaculatorias), que son el secreto de la unión con Dios. Para ser realmente eficaz, la oración vocal presupone de hecho una cierta unión con Dios que podemos llamar oración difusa: es el deseo de estar con Él, de vivir habitualmente en su presencia, de manifestarle con naturalidad lo que sucede en nosotros y a nuestro alrededor.
Es, pues, una gracia que se pongan a nuestra disposición oraciones bien formuladas, practicadas desde hace mucho tiempo por los creyentes, que nos ayuden a decir a Dios lo que quizá no seamos capaces de verbalizar o ni siquiera de imaginar. Así, poco a poco, uno se siente atraído por un texto que al principio podía parecerle casi extraño. Al practicarlo, ese texto se hace "nuestro", empieza a hablar a la vida y, al mismo tiempo, pone en nuestra boca las palabras adecuadas para hablar con Dios del asunto más importante de todos: nuestra salud espiritual.
Las oraciones comunes de los cristianos ofrecen, pues, una auténtica escuela de oración, segura porque está garantizada por la Iglesia, inagotable porque llega hasta el misterio de Dios.
Son verdaderamente el tesoro de los pequeños y de los pobres, porque transmiten intacta la fe, que es el mayor bien que tenemos, y traducen en forma de oración las grandes verdades del cristianismo. Son oraciones que los cristianos han pasado de mano en mano a lo largo de generaciones, imprimiendo en ellas la sensibilidad de cada lengua y cultura. Sus voces resuenan en las nuestras, cuando rezamos estos textos, en un conmovedor sentido de continuidad que es reflejo de la catolicidad de la Iglesia.
Recitar estas oraciones hace que uno se sienta como en casa. Tal vez porque se aprendieron de niños, transmiten una sensación de hogar, de intimidad, que se presta bien a la recitación comunitaria en el seno de la familia.
El hecho de conocerlos de memoria ofrece, pues, la ventaja de poder tomar estos textos con calma, "rumiándolos" en la meditación personal, para que desprendan su fragancia espiritual. Son las oraciones de los pequeños, por tanto, de cualquiera que quiera ser realmente un pequeño de Jesús, un pobre de espíritu. Son patrimonio de los cristianos, signo de unidad y de igualdad bautismal entre todos los fieles.
Eso sí, sin escrúpulos. No es necesario "agotar" estas oraciones cada vez que las recitamos, como si tuviéramos que prestar atención a todos los detalles para hacer una buena oración. El tesoro sigue siendo nuestro, e incluso lo que no logremos captar hoy, o apenas seamos capaces de captar, seguirá estando a nuestra disposición para el futuro. A veces basta una pequeña intuición para alegrar un día o desvelar una verdad que estaba ahí, sin que le hubiéramos prestado nunca atención.
En el nombre del Padre...
En general, la calidad de la oración depende en gran medida de cómo uno se disponga a ella. Los momentos que preceden a la oración propiamente dicha, los de preparación inmediata, son decisivos para recuperar el alma y anticipar posibles dificultades o distracciones.
La señal de la cruz es tradicionalmente la puerta de entrada a la oración. Nos recuerda, en primer lugar, que estamos en presencia de Dios. Este sentido de la presencia de Dios y de su majestad es el gran secreto de la oración, que le confiere el tono familiar del diálogo, sin perder su alta seriedad. La señal de la cruz, trazada con devoción sobre el cuerpo, nos recuerda ante todo quién es aquel a quien nos dirigimos: es el Creador del cosmos, el Gobernante providencial del universo, el Redentor que se sacrificó en la cruz.
Por eso reproducimos la señal de la cruz en nuestro cuerpo, casi "entrando en ella" físicamente. Es el abrazo de Dios sobre nuestras vidas, es la prenda del amor inquebrantable del Señor, que costó a Jesús su pasión. Es la insignia de todos los cristianos, que de hecho nos fue dada el mismo día de nuestro Bautismo.
La señal de la cruz marca los momentos de nuestra vida diaria; podemos reproducirla sobre nosotros mismos cada día, al levantarnos y al descansar, antes de las comidas o al emprender un viaje; pero también podemos marcarla sobre los demás como signo de bendición, especialmente sobre nuestros hijos. Es un programa de vida, nuestro querido signo de la cruz. Con él marcamos idealmente la sede de nuestras facultades: mente (cabeza), voluntad (corazón), capacidades operativas (hombros), para que toda nuestra persona se convierta en un espacio de encuentro con las Personas divinas de la Santísima Trinidad.
Es más fácil alcanzar las cumbres de la oración si se sigue el camino común, el indicado por prácticas sencillas, casi humildes, capaces, sin embargo, de custodiar el precioso tesoro de la fe. Tal es la señal de la cruz, puerta de entrada a la oración cristiana. Aprender a hacer la señal de la cruz, dejando resonar la riqueza que aporta, significa aprender a rezar. Y aprender a rezar significa ser cristiano, en serio.
P. Marco Panero, SDB
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