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INTERVENCIÓN DE MARÍA AUXILIADORA EN TIMOR EST.“¡Basta, basta. Volved a casa!”

Testimonioi de don Andrew Wong, Sdb - 4 de septiembre de 1999.


Era el 14 de septiembre de 1999, hace ya 23 años, en Timor Est, donde tenemos nuestra Casa Inspecorial, un internado para muchachos, en la capital Dili…

Era el mes en que estábamos en la última etapa de la guerra entre Indonesia y Timor Est.

Se destruyeron muchas casas, escuelas y edificios del gobierno y fueron asesinadas muchas personas. Se cortó la electricidad. Nuestra casa se convirtió en un lugar de refugio para nuestros parroquianos y para otros habitantes de otras parroquias y diversas zonas de la capital Estábamos unas 10.000 personas dentro de nuestro gran complejo.

La misma mañana del 4 de septiembre, un sodado del ejército indonesio se me acerco y me dijo que por la noche un grupo de las fuerzas especiales del ejército de Indonesia nos atacaría y nos mataría a todos. El soldado era un amigo mío que, a veces, me buscaba para charlar un rato

Le he preguntado ¿por qué nos iban a matar? Respondió que el motivo era que habíamos acogido en nuestra casa a hombres que los soldados andaban buscando por estar relacionados con los guerrilleros; sus últimas palabras fueron: “Padre, tienen que protegerse con todos los medios posibles. Este grupo de fuerzas especiales es cruel y os matará a todos”. Se marchó y no lo he vuelto a ver hasta ahora.


Llamamos a los jefes de familia para planear cómo podríamos defendernos. Los hombres dijeron que tenían machetes y lanzas. Pero ¿qué podrían hacer estas cosas contra los soldados en posesión de armas pesadas y grnadas? Al final nos pusimos de acuerdo que nosotros, los sacerdotes, cuatro sacerdotes y un coadjutor, negociaríamos cuando llegaran los soldados. Abriríamos nuestro portón de hierro y hablaríamos con los soldados.


Los padres, con sus familias se colocarían un poco alejados de nosotros observando lo que sucedía. Si nos veían de pie hablando con los soldados, se mantendrían quietos. Si nos veían caer, es decir, si disparaban, entonces ellos con sus familias correrían hacia la tapia de nuestra casa. Se subirían al muro y se dirigirían a las colinas cercanas. Todos estaban de acuerdo con esta decisión.


Toda la tarde se empleó en construir escalas, de manera que los ancianos, niños y mujeres pudiesen fácilmente escalar el muro y correr a las colinas en e caso de que la negociación fallase.

A las 18 el señor Director de nuestra comunidad reunió a toda la gente e impartió la absolución general. No había tiempo para lac confesión individual.


Se mascaba la tensión en casa. Continuamos procurando que la gente estuviera en calma. En mi interior estaba seguro de que moriríamos y que no se conseguiría negociar. Pero he continuado diciendo a la gente que estábamos seguros y que debíamos seguir rezando. Hamos expuesto el Santísimo Sacramento un poco de tiempo y luego pusimos la Eucaristía en un lugar seguro de la Casa.

A eso de la media noche el director y yo estábamos haciendo nuestro turno de guardia esperando a los soldados. Los demás estaban echados por cualquier parte. De improviso oímos llegar un camión militar y vimos que los soldados saltaban fuera y corrían hacia el portón. Todo fue muy rápido. Y antes aun de que pudiésemos abrir la puerta de hierro según el plan, los soldados comenzaron a disparar al portón.


El impacto de los proyectiles que se estrellaban contra nuestra puerta de hierro era tan fuerte que el señor Director y yo caímos por tierra sin abrir la puerta. Creíamos que habíamos sido alcanzados, pero cuando he palpado mi cuerpo, no vi sangre. Estaba vivo. Miré al Director. También él estaba en el suelo, pero sin sangre.

Los dos estábamos vivos.

Después lanzaron una granada desde la otra parte. Cayó precisamente junto a mi cabeza. No explotó.

Los demas hermanos y la gente veían todo lo que estaba sucediendo. No eran esos nuestros planes. El portón seguía cerrado. Pero estábamos en el suelo y por tanto había gran confusión en el complejo. Los soldados continuaban disparando. Todos rezaban y nadie podía moverse o correr por el gran miedo y confusión. Era una caos total.


De improviso, oímos, la hemos oído todos, una voz desde el portón, una voz de mujer. Era una voz suave, pero lo bastante fuerte para hacerse oír por muchos de nosotros que estábamos cerca del portón. Decía: “¡Basta, basta.Volved a casa!”. Naturalmente hablaba en la lengua de los soldados que es la lengua indonesa. En aquel tiempo todos nosotros conocíamos la lengua indonesa.

Lo creamos o no, de improviso cesa la confusión. Los soldados no corrren ya hacia nuestra casa. No han logrado abrir la puerta. Y luego hemos sentido que el camión militarse iba. La gente ha cesado de gritar y de llorar. De repente sobrevino un silencia y una calma inexplicable.

Desde el suelo, miré al director y le dije: “Gracias a Dios , las monjas ursulinas nos han salvado y han impedido que los soldados indonesios nos mataran”.

Para vuestra información, la monjas Ursulinas eran indonesias y habían permanecido en su convento.

No vinieron a nuestra casa con el pueblo de Timor. He dicho al Direcor que debíamos levantarnos e ir a su convento para darles las gracias.

Me dijo que era mejr esperar a la mañana siguiente. Todos estábamos cansados, asustados, desorientados y era mejor dormir hasta el amaneceer. Eran las tres d e la mañana.

A eso de las 6 de aquella mañana, el 5 de septiembre, le Director y yo corrimos al convento de las Ursulinas. Al abrir nuestro portón, vimos todos los proyectiles por tierra. Llegados al convento, pedimos hablar con las Hermanas para darles las gracaias por habernos salvado esa noche.

Las hermanas quedaron tan sorprendidas, que a punto estuvieron de romper a llorar. Una hermana dijo: “Padre, teníamos tanto miedo ayer por la tarde que nos quedamos en nuestra habitación todas juntas.” ·También hemos oído la voz. No era la nuestra. No era la nuestra

El señor Director y yoi caímos de rodillas y, con lágrimas hemos dado gracias a Dios por la intervención de nuestra Madre celestial. Creemos que fue la Virgen quien detuvo a los soldados salvándonos de la masacre.


don Andrew Wong, Sdb









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