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LA CREATURA MÁS HUMILDE Y ENSALZADA”En camino con María maestra de ecología integral

1. La madre que se preocupó

El papa Francisco dedica solamente un número de la encíclica Laudatosí, a la presencia y al rol de María en la creación, el 241. A pesar de su brevedad, se trata de un texto densísimo que, ante todo, presenta a María como “la madre que cuidó a Jesús” y que ahora “cuida con afecto y dolor materno a este mundo herido”.


En el mensaje del Ángelus del primer día del año 2023, el Papa Francisco ofreció un extraordinario comentario a esta sintética expresión señalando a todos los cristianos del mundo la importancia de preocuparse: “si de veras queremos que el nuevo año sea bueno, si queremos reconstruir esperanza, tenemos que abandonar los lenguajes, los gestos y las opciones inspiradas en el egoísmo y aprender el lenguaje del amor, que consiste en cuidar. Cuidar es un lenguaje nuevo que va contra los lenguajes del egoísmo”.


El adjetivo “nuevo” puede relacionarse con dos aspectos particulares del lenguaje del cuidado. Ante todo, el hecho que es el lenguaje de Jesús para manifestar el rostro de amor de Dios: El cuidado que tiene Jesús con todos aquellos que encuentra, es en efecto, él mismo evangélico, revelación del rostro del Padre. En segundo lugar, la reflexión sistemática sobre la ética del cuidado, que está en el origen de los discursos, hoy tan comunes sobre este tema, es una consecuencia del ingreso de la mujer en la filosofía y en la teología que encontramos en el último siglo.


Si bien la capacidad de cuidar no es pertenencia exclusiva de la mujer, por cuanto se refiere al desarrollo personal de esta capacidad, su punto de partida se encuentra inevitablemente, para todo ser humano que viene al mundo, en la relación con la propia madre. Sin el cuidado materno que comienza en el momento de la concepción y se manifiesta como acogida, protección, nutrición, el ser humano que viene al mundo, no podría en manera alguna sobrevivir. Es tan cierta esta necesidad, que el mismo Jesús, el Hijo de Dios, ha necesitado de ella: para venir al mundo ha tenido que confiarse al cuidado de una mujer. Por esto el Papa, en su mensaje al inicio del nuevo año señala precisamente a María como ejemplo y modelo de cuidado: “Ella acoge con estupor el misterio que vive, guarda todo en su corazón y, sobre todo, se cuida del Niño que –dice el Evangelio- “estaba acostado en el pesebre” (Lc 2, 16). Este verbo “acostar” significa poner cuidadosamente, y nos dice que el lenguaje propio de María es el de la maternidad: preocuparse con ternura del Niño”.


Sin embargo, es importante recordar que María no estaba sola en el cuidado del Niño. No hay que minusvalorar la presencia de José Junto a María. Una mujer encinta, que predispone toda su vida para cuidar un ser humano: cuerpo, mente, corazón, tiempo, necesita, a su vez, de alguien que cuide de ella. Por eso, el lenguaje del cuidado es un lenguaje comunitario. La sabiduría africana expresa esta consciencia con el famoso proverbio: “para que un niño crezca, se necesita un pueblo”. El lugar originario del cuidado no es, pues, simplemente la relación entre la madre y el niño: cierto que hay que contar con esa relación, pero insertada en una red de relaciones más amplia. Precisamente por eso, cuando José descubre que María está encinta y se dispone a abandonarla, un ángel enviado por Dios le invita a hacerse cargo, es decir, a cuidar de la madre y del Niño.


Si en la relación personal con nuestra madre ha brotado nuestra capacidad de recibir y de cuidar, es en la vida de familia donde el lenguaje de cuidar se desarrolla en su forma más bella, que es el cuidado recíproco, o sea, el cuidado como “juego de equipo”. Dentro de la familia de sangre y en la familia más amplia como puede ser la escuela, la parroquia y cualquier otra obra educativa, este es el gran desafío, la gran llamada que nos espera como adultos, padres y educadores: no solo aprender a expresarse, cada día más y mejor, a través del lenguaje nuevo del cuidado, sino hacer de modo que los niños, los muchachos confiados aprendan progresivamente a comprenderlo y a hablarlo. Don Bosco lo llamaría “espíritu de familia” y diría que de la transmisión de este lenguaje depende el futuro de la sociedad.


Por eso el Papa Francisco, subraya la relación entre educación para el cuidado y educación para la paz, en la vida cotidiana y en las relaciones internacionales e invita a todos los creyentes a tomar “conciencia de la responsabilidad que se nos ha confiado para construir el futuro. Ante las crisis personales y sociales que vivimos, ante la tragedia de la guerra, “estamos llamados a afrontar los desafíos de nuestro mundo con responsabilidad y compasión”. Y podemos hacerlo si cuidamos los unos de los otros y si, todos a una, nos cuidamos de nuestra casa común. Pedimos a María Santísima, Madre de Dios que, en esta época contaminada por la desconfianza y la indiferencia, nos haga capaces de compasión y de preocupación –capaces de tener compasión y de preocuparse los unos de los otros–, capaces de “conmoverse y de detenerse ante el otro, todas las veces que sea necesario”.


Además, el Papa nos indica cuáles son los pasos concretos del cuidado:

1.- Cuidar nuestra vida – cada uno debe cuidar la propia vida-; cuidar de nuestro tiempo y de nuestra alma;

2.- Cuidar la creación y el ambiente en que vivimos;

3.- Más aun, cuidar de nuestro prójimo, de aquellos que el Señor ha puesto a nuestro lado, así como de los hermanos y hermanas necesitados y que interpelan nuestra atención y nuestra compasión.


El orden en que estamos invitados a cuidarnos de nosotros mismos, del ambiente en que vivimos y del prójimo no es casual: las dos primeras direcciones del cuidado, en efecto, son la base de la tercera, que es la más importante, pero que no puede sostenerse sin las otras dos. La “conversión ecológica” tan deseada por el Papa Francisco, no puede realizarse sin que cada uno de sus hijos que vienen al mundo pueda aprender a pensar, a hablar y a actuar según el lenguaje nuevo del cuidado. ¡En este camino de renovación continua de nuestra mente, de nuestro corazón y de nuestras manos la presencia y el auxilio de María son fundamentales!


Sor Linda Pocher – FMA

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