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San Francisco de Sales y la Eucaristía


El modo más seguro, que la tradición milenaria de la Iglesia nos entrega y confía, para acoger el don inestimable de la Eucaristía, la vida de Dios que se derrama en el corazón de nuestras vidas es asistir con humildad a la escuela de los santos, escuchando sus palabras y siguiendo el ejemplo de aquellos que, en su vida, paso a paso, han hecho de la Eucaristía el corazón que late y la fuente que brota en su camino de fe, de vida y de servicio. Queremos, pues, a los 400 años de su muerte, ponernos brevemente en camino con San Francisco de Sales, pidiendo al santo obispo de Ginebra que nos ayude a reconocer cómo, verdaderamente en la Eucaristía, el Señor viene a habitar en el corazón de nuestra vida y cómo hacer de la Eucaristía el corazón de nuestra vida. Aun siendo joven estudiante en Padua, con poco más de 20 años, Francisco escribía:


“Comulgaré lo más frecuentemente posible (…) ¿Cómo podría ser, para mí, el domingo “día de sábado y de reposo,” si estuviese privado de recibir al autor de mi eterno reposo?” (OA XXII, 43).


Dando la palabra al santo doctor de la Caridad, nos dejaremos guiar por sus escritos, en cinco sencillos pasajes que pueden acompañarnos en este tiempo de Adviento, a reconocer que el Señor, nacido para nosotros en Belén, en el don de la Eucaristía se hace hoy presente, en el corazón de nuestro presente, dándonos su amor que nos salva y nos hace una sola cosa con Él y con nuestros hermanos.


En la Eucaristía:


a) Dios viene a nuestro encuentro y encuentra nuestra vida en este presente:

“Todavía no te he hablado del sol de los ejercicios espirituales: El Santísimo y sumo sacrificio de la Misa, centro de la religión cristiana, corazón de la devoción, alma de la piedad, misterio inefable que manifiesta el abismo de la cariad divina; por su medio, Dios se une radicalmente a nosotros y nos comunica, de modo maravilloso, sus gracias y sus dones. La oración hecha, unidos a este sacrificio divino, posee una fuerza que no se puede expresar, oh Filotea, con palabras. Por su medio el alma abunda en dones celestiales, porque abraza al Amado, que de tal manera la colma de perfume y suavidad espiritual, que se asemeja a la columna de humo de leños aromáticos, de mirra, de incienso y de todas las esencias que emplea un perfumista, como dice el Cántico. Organízate de modo que participes diariamente en la Santa Misa, para ofrecer, junto con el sacerdote, a Dios Padre, el sacrificio del Redentor, para tu bien y el de toda la Iglesia.” (Filotea, II, cap. 14)



b) Para revelarnos su Amor infinito para con nosotros:

“No conozco otra cosa en el mundo de la que tengamos una posesión y un dominio tan absoluto como el que tenemos sobre los alimentos, que destruimos para preservarnos. Y nuestro Señor ha llegado hasta este exceso de Amor. Hasta hacerse alimento para nosotros. ¿Y qué no debemos hacer para que Él pueda poseernos, gobernarnos manejarnos a su antojo, masticarnos, tragarnos y hacer con nosotros lo que quiera?” (Carta a la madre Angélica Arnauld, 25 de junio de 1619).




c) Y para ayudarnos a crecer en el Amor día tras día:

“Tu primera intención al comulgar debe ser progresar, fortalecerte y estabilizarte en el Amor de Dios porque lo que se te ha dado solamente por Amor, lo debes recibir con Amor. No es posible imaginar al Salvador comprometido en una acción más llena de Amor y más tierna que esta, en la que se puede decir que se destruye a sí mismo convirtiéndose en alimento para entrar en nuestras almas y unirse íntimamente al corazón y al cuerpo de los fieles. Si te preguntan por qué comulgas con tanta frecuencia responde que es para aprender a amar a Dios, para purificarte de las imperfecciones, liberarte de las miserias, consolarte en las aflicciones, encontrar sostén en las debilidades. Responde que son dos las categorías de personas que deben comulgar frecuentemente: los perfectos, porque estando bien dispuestos, harían muy mal en no acercarse a la fuente de la perfección; y los imperfectos para poder caminar hacia la perfección; los fuertes para no correr el peligro de hacerse débiles y los débiles para hacerse fuertes; los enfermos para curarse y los sanos para no enfermar. Tú, pues, creatura imperfecta, débil y enferma necesitas comulgar con frecuencia con la perfección, la fuerza y el médico. Responde que aquellos que no tienen muchas ocupaciones, deben comulgar porque tienen tiempo; en cambio los que están muy ocupados, lo deben hacer porque tienen necesidad, porque quien trabaja mucho y está cargado de ocupaciones debe alimentarse con alimentos sustanciosos y comer con frecuencia.” (Filotea II, cap. 21)



d) Siendo reflejo y perfume de Cristo para los hermanos:

“Mas, ¿cómo creéis que sucede la digestión espiritual de Jesucristo? Los que tienen una buena digestión corporal sienten un vigor en todo el cuerpo, por la distribución general del alimento que se da en todas sus partes. Del mismo modo, Hija mía, quienes tienen una buena digestión espiritual, sienten que Jesucristo, que es su alimento, se extiende y comunica a todas las partes del alma y del cuerpo. Esos tienen a Jesucristo en el cerebro, en el corazón, en el pecho, en los ojos, en las manos, en la lengua, en las orejas y en los pies. ¿Y este Salvador, qué hace en todos estos lugares? Corrige todo, purifica todo, mortifica todo y lo vivifica todo. Ama en el corazón, entiende en el cerebro, anima en el pecho, ve en los ojos, habla en la lengua, y así en todo lo demás. Hace todo en todo, y de este modo, no somos nosotros los que vivimos, sino que es Jesucristo quien vive en nosotros”. (Carta a la baronesa de Chantal, 24 de enero de 1608).



e) En la actividad ordinaria y concreta de lo cotidiano:

“El día en que uno comulga no se corre ningún peligro realizando toda clase de obras ni de trabajos; se correría mayor peligro no haciendo nada. En la Iglesia primitiva, cuando todos comulgaban todos los días, ¿creéis que estaban mano sobre mano por esto? San Pablo que celebraba la Misa diariamente se ganaba el pan con el trabajo de sus manos. El día de la Comunión, hay que evitar cuidadosamente solo estas dos cosas: el pecado y las satisfacciones y placeres procurados por sí mismos”. (Carta a la mujer del presidente Brulart, febrero-marzo de 1606).


Como conclusión de este nuestro breve camino, dejamos la palabra una vez más, al santo obispo de Ginebra, deseando que brote de su corazón, inflamado en Amor de Dios y de los hermanos, nuestro mejor deseo para nuestro camino de Adviento:


“Las liebres, aquí entre nosotros, en nuestras montañas, en invierno se vuelven blancas porque no ven ni comen más que nieve: lo mismo tú, a fuerza de adorar y alimentarte de belleza, de bondad y de la misma pureza de este Divino Sacramento, te volverás más bella, santa y pura”. (Filotea II, cap. 21).

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