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Milagro en Montemagno

14 agosto 2022

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En el sueño de Don Bosco, Jesús y María le llevan de la mano. Nunca soltará esa mano. Así, lo extraordinario florecerá en lo ordinario, porque ésta es la verdadera fe. Podríamos decir: 'Donde está Don Bosco, está María'. Una presencia concreta. Casi nunca decía: 'Yo haré esto o aquello', sino 'La Virgen hará esto y esto'.

Entre los muchos episodios, el de Montemagno d'Asti, donde Don Bosco tuvo la sorpresa de la asistencia de María. El santo había ido a predicar un triduo por la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, donde un cielo de bronce negaba la lluvia al campo reseco.

La primera noche que subió al púlpito hizo esta promesa: "Si venís a los sermones durante estos tres días, si os reconciliáis con Dios mediante una buena confesión, si os preparáis todos para que el día de la fiesta haya una comunión general, os prometo, en nombre de la Virgen, que vendrá una lluvia abundante para refrescar vuestro campo". La gente estaba tan convencida que hizo lo que Don Bosco había dicho. Desde las primeras horas de la mañana hasta altas horas de la noche, los confesionarios fueron asediados. Durante el triduo, el cielo siguió ardiendo. El día de la Asunción hubo una comunión tan numerosa que no se había visto en mucho tiempo; pero incluso esa mañana el cielo estaba sereno. ¿Y si la Virgen no hubiera concedido la gracia?

Entonces Don Bosco llamó al sacristán y le dijo: "ve detrás del castillo del Barón para ver cómo está el tiempo y si hay alguna señal de lluvia". El sacristán informó a Don Bosco: "Es tan claro como un espejo". Cuando terminó el Magnificat, Don Bosco subió lentamente al púlpito, diciendo en su corazón a la Virgen: "No es mi honor el que está en peligro en este momento, sino el tuyo. ¿Qué dirán de tu nombre, si ven frustradas sus esperanzas?" Una enorme multitud mantiene sus ojos fijos en él. Al decir el Ave, parece que la luz del sol ha disminuido ligeramente. Al cabo de unos instantes, se oye el sonido prolongado de un trueno. Un murmullo de alegría recorre la iglesia. El santo se detiene un momento, y un chaparrón, continuo y torrencial, golpea las vidrieras. Llovía a cántaros y nadie había traído paraguas.


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