10. VIRGEN MADRE
«Virgen Madre» son las palabras iniciales de la oración que San Bernardo dirige a María en el último canto de la Divina Comedia de Dante. «Hija de tu Hijo», prosigue el poeta, «humilde y alta más que una criatura»: éste es el verso que ha servido de título general a estas meditaciones mensuales nuestras sobre María y la ecología, y que ahora por fin intentaremos explorar y comprender mejor.
Se trata, en efecto, de tres antítesis que el Poeta Supremo inserta una tras otra en la apertura misma de su invocación a María. La antítesis es una figura retórica compuesta por dos elementos normalmente incompatibles, que en este caso tienen la función de subrayar el carácter extraordinario de la figura de María y de su experiencia humana y creyente. En María, en efecto, la virginidad del cuerpo y del corazón va unida a la fecundidad de una maternidad extraordinaria, gracias a la cual es madre de Cristo, de quien, sin embargo, por la fe es también hija y, finalmente, aunque ejemplar en su humildad, es elevada por Dios por encima de cualquier otra criatura.
Incluso la identidad de Jesús, para los creyentes, se define a través de la extraordinaria antítesis que lo proclama verdaderamente hombre, como nosotros, y verdaderamente Dios, como su Padre. Como hombre, el Hijo es inmanente a la creación, forma parte de ella, pertenece a ella gracias a su nacimiento de María.
Como hombre, el Hijo es inmanente a la creación, forma parte de ella, pertenece a ella precisamente por su nacimiento de María. Como Dios, al mismo tiempo, trasciende la creación en virtud de su generación eterna del Padre y participa junto con el Espíritu en la creación del universo. Esta posición tan especial entre Dios y el mundo hace del Hijo el mediador de la salvación. En Él, afirma la carta a los Efesios, se recapitulan todas las cosas (Ef 1,10), todo lo creado, es decir, es tomado de nuevo en las manos de Dios y llevado a su plenitud, que es la perfecta comunión de amor en la Trinidad.
Por lo que respecta a María, es interesante subrayar que las tres antítesis con las que Dante la describe no la conciernen tanto en su individualidad, sino precisamente en su relación con Dios Trinidad: su relación con el Espíritu, que la hizo Madre formando al Hijo en su seno sin comprometer su virginidad; su relación con el Hijo, al que educó y por el que se dejó educar, en una extraordinaria reciprocidad; su relación con el Padre Creador, que la quiso desde el principio y la elevó a Sí en la gloria.
Para completar el primer terceto de Dante que abre la oración de San Bernardo a María, falta todavía un verso. De hecho, hasta ahora sólo nos hemos centrado en los dos primeros. El tercer verso de la estrofa dice así: «termine fisso d'etterno consiglio» El tercer verso de la estrofa dice así: «termine fisso d'etterno consiglio» (punto fijo de consejo eterno) y significa que María es el punto fijo a partir del cual Dios, en su sabiduría, creó el universo. Como cuando un pintor se dispone a dibujar un paisaje según las leyes de la perspectiva, y debe marcar primero el punto de fuga, un punto fijo, hacia el que convergen todas las líneas, del mismo modo la Trinidad ha imaginado, antes de comenzar a crear, sus propias expectativas y deseos para sus criaturas.
Como María, toda la creación es fecundada por la fuerza del Espíritu. El poder creador de Dios no compromete, no destruye, la belleza virginal de la creación, la hace florecer sin violarla. Además, toda la creación, en cada una de sus criaturas, es creada en una relación especial con el Hijo, de quien es cuna y por quien es acunada desde la eternidad como en un seno materno. Finalmente, cada criatura, en su identidad única y en la multiplicidad de sus relaciones, es querida por el Padre y es creada para ser elevada a la gloria de su amor.
En su fragilidad, en su interdependencia, toda criatura es humilde, o mejor, está llamada a la humildad. Nada de lo creado, en efecto, es autosuficiente, y esta falta radical de autosuficiencia es una bendición, porque obliga a abrirse, a darse y a recibir como don.
Pero también puede convertirse en maldición, cuando la criatura, el ser humano en particular, angustiado por el miedo a la fragilidad y a la muerte, se vuelve hacia el prójimo como un depredador y en lugar de florecer destruye, en lugar de abrirse al don recíproco, despoja al prójimo, a la naturaleza e incluso a Dios.
Las tres antítesis propuestas por Dante, por tanto, leídas a través de la clave ofrecida por el verso que cierra el triplete, contienen todo un programa de conversión ecológica y una espléndida síntesis del fundamento teológico de la ecología integral. A primera vista, tal vez, la referencia a la virginidad y maternidad de María podría llevarnos por mal camino y hacernos pensar que se trata de algo que concierne sólo a la Madre de Dios y no a nosotros. Es crucial recordar, a este respecto, cómo interpretaban los Padres de la Iglesia la virginidad de María, es decir, como la integridad de la criatura recién salida de las manos del creador. Creían que el ser humano perdía su integridad original como consecuencia del pecado, no como resultado de la unión sexual. A causa del pecado, el encuentro entre el hombre y la mujer y la relación con los hijos, a partir del momento del nacimiento, están marcados por el dolor y la violencia. Recuperar la virginidad original significa poder experimentar la fecundidad y el don mutuo sin violencia.
Recuperar la virginidad original significa poder experimentar la fecundidad y el don mutuo sin violencia. Esta virginidad original, que para María es una con la concepción inmaculada, se restituye a los creyentes con el bautismo.
Después del pecado, toda la creación está marcada por la violencia. En efecto, San Pablo, en su carta a los Romanos, afirma que la creación entera sufre y gime hasta el día de hoy dolores de parto, mientras espera la revelación de los hijos de Dios (Rm 8, 19-22). En efecto, el mal que el ser humano introduce en el mundo con sus opciones equivocadas compromete la armonía de toda la creación. Por tanto, también la creación espera la redención de Dios. Pero esta redención de la creación sólo puede venir a través de la adhesión de los hombres a la salvación ofrecida por Dios. Precisamente por eso es necesario y urgente que nos esforcemos en educar y difundir la enseñanza del Papa sobre la ecología integral y la conversión ecológica, porque de la colaboración de cada uno de nosotros depende la realización de la nueva creación iniciada por el Padre con la encarnación del Hijo en el seno virgen y fecundo de María.
Ciertamente, Dante, en su época, no podría haber imaginado la crisis climática y la catástrofe ecológica que estamos viviendo en este siglo. Él, sin embargo, conocía el corazón del ser humano y su necesidad de ser tocado, salvado por el amor para aprender a amar sin envidia, sin egoísmo, sin violencia. Por eso Dante, al final del largo viaje que lo llevó de las profundidades de la miseria humana a las alturas de la santidad, se dirige precisamente a María: porque no basta conocer la bondad para practicarla, necesitamos a alguien que camine delante de nosotros y nos muestre, paso a paso, el camino. Necesitamos una madre, una hermana, una amiga, que comprenda nuestra lucha y sea capaz de animarnos, consolarnos e indicarnos el camino. Aquí el Padre, sabiéndolo, pensó en María y la puso como una estrella fija en nuestro horizonte, como el punto de fuga hacia el que convergen las líneas, a veces torcidas, de nuestra vida.
Confiémonos una vez más a su intercesión, pidámosle el don de la pureza y de la fecundidad en todas nuestras relaciones, acciones e intenciones.
Linda Pocher FMA
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