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9. EDUCAR EN LA ESCUELA DE NAZARET

La familia es la cuna del amor y de la vida, y por eso mismo es el lugar primordial de la educación: educar es, de hecho, enseñar a vivir y a amar. Ahora bien, Nazaret, modelo de familia porque fue elegida por Dios para la Encarnación del Hijo, es también modelo de educación, cuyo ideal es desarrollar la vida de hijos e hijas de Dios inaugurada el día del Bautismo.


La educación de los hijos y la maduración de los padres

Jesús, el Hijo de Dios, fue educado en Nazaret. En la obediencia a José y María aprendió como hombre a obedecer la voluntad de Dios, ideal de todo itinerario educativo. Penetrantes son aquí las palabras del Papa Benedicto: «En la vida que pasó en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo José, permaneciendo sumiso a su autoridad durante toda su infancia y adolescencia. De este modo puso de relieve el valor primordial de la familia en la educación de la persona... Esto revela la vocación más auténtica y profunda de la familia: la de acompañar a cada uno de sus miembros en el camino del descubrimiento de Dios y del proyecto que Él ha preparado para ellos.


En Nazaret está María, nuestra madre en el orden de la gracia por tres muy buenas razones: en primer lugar porque es la que educó a Jesús, lo cual ya es algo vertiginoso; luego porque, a un nivel más profundo, fue educada por Jesús, convirtiéndose en la discípula perfecta; y finalmente porque, dada la excelencia educativa de la Madre, Jesús nos la dio como madre y maestra en la fe. Existe una maravillosa reciprocidad entre la Madre y el Hijo: «en la más profunda discreción -explica A. von Speyr- se crea entre ellos un intercambio de entrega mutua, en el que el Hijo se nutre de la vida pura de la Madre, una vida que ha recibido de Dios... Ella le muestra cómo se comporta el hombre con sus semejantes, le hace ver, con su ejemplo personal, lo que es el amor al prójimo en la actividad cotidiana. Y por otra parte - observa el Card. Colombo - «también para María hay un laborioso itinerario de fe, que le hará conquistar, con conciencia cada vez más clara, el misterio escondido en su Hijo, y le hará comprender gradualmente que deberá desprenderse de Él como única posesión, para acogerlo, al pie de la cruz, como don salvífico, destinado por Dios a toda la humanidad». El Hijo de Dios madura en su humanidad gracias a María, y María madura en su maternidad gracias a Jesús.


Y ahí está José, que, edificado por la santidad de su esposa, se educa para un matrimonio perfecto, donde el amor a Dios y el amor a su esposa se hacen uno. Así como Jesús es la voluntad de Dios en persona (¡es el Santo!), y así como María no distingue entre las expectativas de Dios y sus propias expectativas (¡es la Inmaculada Concepción!), así José aprende en Nazaret a hacer de la voluntad de Dios su propia voluntad: al principio -observa von Speyr- «estando sometido a la ley del pecado original, no puede considerar otra cosa que la oposición entre el estado matrimonial y la virginidad». Pero luego, a partir de los esponsales con María, que es mujer, es virgen y está completamente abierta a Dios, experimenta al mismo tiempo e integralmente el auténtico amor de mujer, la caída de todo deseo desordenado, la alegría del servicio total a Dios: al final «su amor a María es amor en Dios, pleno y humano. Será una renuncia para él cuando tenga que retirarse ante el prodigio del Espíritu Santo. Una renuncia y no una decepción».


La educación como hecho familiar


Bien mirado, el primer legado educativo que se transmite a los hijos es la propia familia, el amor familiar, la estructura familiar y las virtudes relacionadas: la capacidad de honrar, obedecer, agradecer, perdonar y cuidar a los seres queridos, de llegar a ser y ser libres libres en los vínculos. En un tiempo en que el ideal de autonomía y la bandera de los derechos individuales han puesto en crisis el matrimonio y la familia, produciendo devastaciones espirituales y materiales, es preciso reafirmar con fuerza -como dice el Papa Francisco- que «la familia sigue siendo el fundamento de la convivencia y la garantía contra la descomposición social», porque «los hijos tienen derecho a crecer en una familia, con un padre y una madre, capaces de crear un ambiente adecuado para su desarrollo y su maduración afectiva». En este sentido, Nazaret es el recordatorio permanente -en palabras autorizadas de Pablo VI- «del carácter sagrado e inviolable de la familia», «de la delicadeza e insustituibilidad de la educación familiar», «de su función natural en el orden social».


Profundicemos un poco más. En Nazaret sale a plena luz una de las verdades educativas que hoy está no poco oscurecida. Es el hecho de que la educación familiar no puede reducirse a cuidado sin ser testimonio, ni a información sin ser formación. En este sentido, los padres educan como padres, prolongando el don de la vida mediante el testimonio de la verdad de la vida y el acompañamiento en la vida buena.

No educan como maestros o instructores. Lo que hace que la educación familiar sea irreductible a la higiene, la nutrición y la educación es que su objetivo es la sabiduría de la vida, no algo menos. En otras palabras, en la educación familiar no se centra la atención en las explicaciones sino en la comprensión, no en la superficie de la vida sino en sus profundidades, no en lo evidente sino en lo misterioso.


Si es verdad que los códigos básicos del amor y de la educación familiar son la autoridad autoritaria de los padres y la obediencia filial de los hijos, es porque -como aprendemos mejor en la comparación con la familia de Nazaret-, el misterio de la vida, que tiene su fuente y su destino en la vida eterna, ¡nos precede y nos supera! Así lo dice muy bien el P. Ermes Ronchi: «Se puede crecer en sabiduría y en gracia incluso sometiéndose a los límites de los demás, a los límites de mi marido, de mi padre, de mi mujer, a su ritmo. Se puede crecer en sabiduría incluso sometiéndose a no comprender y a no ser comprendido. ¡La comprensión es muy tardía comparada con los cuidados, los gestos y las palabras que nos preceden, nos rodean y nos hacen crecer en la familia!


José, en particular, es un modelo alentador para todos los padres, porque los educa para acoger con confianza todas las sorpresas y los sobresaltos de la vida. El Padre Amorth, en uno de sus escritos sobre María, se pregunta: «¿Por qué permitió Dios tanto tiempo de dolor insoportable para ambos santos esposos, tan amados y queridos por Él?». Y responde muy sabiamente: «Creo que son las mismas razones por las que el Padre pidió al Hijo el sacrificio de la cruz. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. El Señor nos pide que hagamos su voluntad, no nos pide que comprendamos sus motivos profundos, que a menudo están más allá de nuestras facultades terrenas... A menudo el camino de nuestra vida sigue un curso completamente distinto de nuestras previsiones. José es para nosotros un gran modelo de disponibilidad. El Señor no tiene que darnos explicaciones de su comportamiento: busca a los que hacen su voluntad, aunque a menudo no nos diga ni nos haga comprender los motivos. Debemos fiarnos de Dios, apoyarnos en Él y confiar en todo, sea feliz o triste. Las explicaciones no faltarán, pero vendrán más tarde, o tal vez sólo en el cielo. También porque, si Dios por su parte es capaz de convertirlo todo en bien, indecisa es nuestra respuesta, nuestra correspondencia, más o menos tímida, más o menos decidida, a su voluntad y a su gracia, e indecisa es nuestra voluntad de decir no al mundo, a sus seducciones, a sus amenazas.


Sobre todo, hay que ver cuán dóciles somos en las cosas pequeñas a la voluntad de Dios, porque «si uno es fiel en lo poco, mucho se le da y se le confía» (Lc 16,10). Aquí radica quizá lo que más se aprende en la educación familiar de Nazaret: durante su estancia en Nazaret, observa de nuevo el padre Amorth, «el hecho principal sobre el que creo que el Hijo de Dios quiso instruirnos es que la santidad no radica en las grandes obras, sino en vivir rectamente día a día», sin demasiados remordimientos del pasado y sin demasiada ansiedad y pretensión de conocer el futuro.


Roberto Carelli SDB

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