C DE CARICIA
Seguimos reflexionando sobre la preciosidad de los gestos de amor y la urgencia de frenar su infravaloración impuesta por la pérdida generalizada del pudor, fomentada por la industria del espectáculo y celebrada obsesivamente por el universo mediático.
Todo empuja, con respecto a los gestos de afecto, a perder la evidencia elemental de que las cosas más preciosas son las más queridas y las más caras, las más sagradas y necesitadas de sacrificio. La lógica del disfrute inmediato, con sus persuasivas invitaciones a sentirse libre, a superar tabúes, a abandonar inhibiciones, a contar despreocupadamente o a explicar científicamente las cosas del amor, produce heridas mortales en el corazón de nuestros jóvenes.
¿Cristianos sexófobos?
¿Podemos los cristianos, que reconocemos en la carne de Jesús la revelación del rostro de Dios, que profesamos a un Dios "nacido de mujer", que afirmamos haber visto y oído, incluso "tocado la Palabra de vida", y que con infinita gratitud sabemos que "por sus heridas hemos sido curados"?
Ciertamente, aunque la fe aprecia la unidad del hombre en cuerpo y alma, no podemos negar que tenemos una pesada herencia a nuestras espaldas. La cultura occidental considera que los sentidos más espirituales son la vista y el oído, mientras que la fe conoce una misteriosa primacía del tacto: la experiencia más profunda de Dios no coincide con una intuición espiritual o con la perfección moral, sino con la experiencia eucarística; y el crecimiento de la vida cristiana no consiste en una superación de la sensibilidad, sino en el desarrollo de los sentidos espirituales, en la capacidad de captar en todo la presencia del Señor, de experimentar la eficacia de su Palabra, de gustar el realismo y la bondad de su Cuerpo.
Escuchemos a Hadjadj, este filósofo francés de nombre árabe, judío de nacimiento y católico de profesión de fe: "el amor más profundo implica una dimensión táctil. Una madre demasiado contemplativa enfermaría a su hijo. Todos los sacramentos de la Iglesia son táctiles. Ofrecen la mayor resistencia a Internet. No hay página web de bautismos ni, en contra de la creencia popular, misa televisada. No se puede dar la absolución por teléfono. No se puede dar la comunión por correo electrónico. Es necesaria la imposición de manos. Se necesita el contacto de la lengua. También Aristóteles observa que no es ni la vista ni el oído lo que distingue al hombre de los animales, sino, paradójicamente, lo que más comparte con ellos: "en los otros sentidos, en efecto, el hombre está muy por detrás de los animales, pero en cuanto a la finura del tacto es muy superior".
Elogio de la caricia
Entre los muchos gestos de amor, la caricia es sin duda muy reveladora, si lleva a un director como Olmi a hacer decir a uno de sus protagonistas: "¡todos los libros del mundo no valen una caricia!".
La caricia expresa el misterio de la ternura, que es cuando el afecto toma juntos el alma y el cuerpo. El propio nombre lo dice: "caricia" viene de "querido", que en latín significa "carne", y sugiere la quintaesencia del sentimiento amoroso, ese sentimiento de la preciosidad del otro, de la maravilla y vulnerabilidad de su existencia, que nos hace decir "me eres querido, me eres querido", acompañando la palabra con el gesto de la mano.
Ante todo, la caricia no es un simple roce, sino que es contacto con lo intocable, es tocar el misterio. Paradójico: la caricia toca la superficie del cuerpo, pero busca la profundidad del alma. La caricia no quiere definir, poseer, sino sacar a la luz, reconocer. Lévinas, el gran filósofo judío a quien debemos una de las mejores fenomenologías del eros, explica que "la caricia consiste en no apoderarse de nada, en evocar lo que se escapa continuamente de su forma". La caricia "no pretende desvelar, sino buscar, es un viaje hacia lo invisible. En cierto sentido expresa el amor, pero adolece de incapacidad para
decirlo". La verdad de la caricia, bien mirado, es cuando sexualidad y virginidad no están disociadas, cuando la voluntad de pertenencia y de respeto son una sola cosa.
P. Roberto Carelli, SDB
(Fuente: Roberto Carelli - Family Alphabet)
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