EL DESCANSO ETERNO. LA SOLIDARIDAD ESPIRITUAL DE LOS CRISTIANOS
- Adma Don Bosco
- 7 jul
- 4 Min. de lectura
En comunión espiritual
La Iglesia es infinitamente más grande de lo que podemos ver. Se extiende a regiones que ahora nos son inaccesibles, que no podemos experimentar, y sin embargo sabemos con la certeza de la fe que forman parte de ella.
No hay más que un Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Pero los miembros de este Cuerpo se encuentran actualmente dislocados en diferentes estados: unos en la gloria, gozando eternamente de aquel Señor a quien amaron y sirvieron en vida; otros, habiendo terminado su camino terreno en amistad con Dios, esperando todavía su purificación, no como un castigo impuesto desde fuera, sino como una exigencia del amor para gozar de la santidad de Dios; y, finalmente, todos nosotros, caminando por los caminos de la vida, avanzando hacia el Señor.
La unidad del cuerpo eclesial es tal que la única y misma vida divina, la Gracia, circula libremente entre todos los miembros que permanecen en el espacio de esta comunión. Ésta es la raíz de toda otra comunión, concordia y afecto mutuo. El hecho de que sean bienes espirituales no debe restarles importancia real, como si fueran algo al margen de la realidad. "Espiritual" equivale a "totalmente real", aunque sea una expresión de una realidad inmaterial y, por tanto, invisible a los sentidos.
Los bienes de la gracia, pues, a diferencia de la economía monetaria, pueden actuar solidariamente en beneficio de los demás, sin empobrecer por ello a sus propietarios. Por eso podemos gozar desde ahora de la intercesión de la Virgen y de los Santos, y estamos llamados al mismo tiempo a ser generosos con los
sufragios por los difuntos. En esto consiste la oración del Descanso eterno.
La caridad de la oración
Si es bienvenida la solidaridad en las necesidades básicas, ¡cuánto más bienvenida será la solidaridad en los bienes espirituales, que es todo lo que necesitan los fieles difuntos aún necesitados de purificación! No es casualidad que rezar a Dios por los vivos y los difuntos sea una obra de misericordia espiritual, un auténtico acto de caridad.

En este sentido, el purgatorio no debe entenderse como una especie de "castigo" infligido por Dios, que se adecuaría mal a su voluntad de perdonar. Paradójicamente, la necesidad del purgatorio sólo puede entenderse a partir del amor misericordioso de Dios. Contemplar el Rostro de Dios, verle "cara a cara" (1 Cor 13,12), es de hecho el fin de todo deseo humano; ello requiere un amor dilatado, indispensable para acceder a la intimidad de tal comunión. En el caso -bastante común, en la convicción habitual de la Iglesia- de que no se haya alcanzado en vida tal grado de amor, será necesario un ejercicio adicional de caridad, que se realiza a modo de purificación. He aquí, pues, el purgatorio: un grandioso testimonio de misericordia, ideado por la benevolencia divina para que incluso los "tímidos en el amor" gocen de la felicidad que es Dios.
Las almas del purgatorio aman irresistiblemente a Dios, aunque sigan privadas de su visión: en esto consiste su castigo, el "fuego purificador" del purgatorio. No obstante, experimentan el deseo de esa purificación, sentida como necesaria y, por tanto, plenamente aceptada.
La práctica de los sufragios -de los que el Descanso Eterno es quizá la expresión más común- nos permite participar en esta obra de purificación, en virtud de esa solidaridad en los bienes espirituales que es recíproca en la Iglesia: del cielo a la tierra (intercesión) y de la tierra al cielo (sufragio). De este modo, podemos "prestar" a nuestros hermanos difuntos lo que a ellos, como individuos, les falta, pero que la Iglesia en su conjunto ya posee y, por tanto, también puede compartir.
¡Cuán agradecidos deben estar a quienes, pudiendo en la tierra disponer libremente de sus obras, oraciones y méritos, los dirigen a ellos, para abreviar su purificación tomando parte en ella! Habiéndose presentado ante Dios, ¡no dejarán de interceder por sus "bienhechores"! Recitar con frecuencia el Descanso eterno es una forma sencilla y eficaz de practicar la caridad del sufragio: es meritorio recitarlo por nuestros seres queridos y amigos fallecidos, pero también cuando nos enteramos de la muerte de una persona, de un suceso brutal en las noticias, cuando pasamos por delante de un cementerio... ¡la caridad del Descanso eterno no se le niega a nadie!
"Que la luz perpetua brille sobre ellos, que descansen en paz".
Al rezar el Descanso Eterno, imploramos luz y descanso para los muertos: descanso (réquiem) tras las vicisitudes y aflicciones terrenales, luz para cruzar por nosotros el oscuro umbral de la muerte. Entrar en otros detalles imaginativos sería arriesgado, y el Descanso eterno calla sabiamente. Por otra parte, cuando se ha pedido a Dios que admita a nuestros muertos a gozar de la luz de su rostro, ¿qué más se puede añadir ? ¿No es Él nuestra luz y nuestra paz, nuestro todo?
¡Si pudiéramos ver la realidad como la entienden ahora nuestros difuntos!, Probablemente sonreiríamos ante algunas preocupaciones que ahora nos parecen imponentes y, en cambio, empezaríamos a preocuparnos seriamente por otras cosas que ahora consideramos marginales. Escuchemos lo que nos susurran nuestros queridos difuntos: Si vieras las cosas como yo las veo... ¡Si conocieras el valor de los pequeños sacrificios ocultos, que al final de la vida dan un consuelo indecible! Si supieras el valor que tienen ante Dios la perseverancia en la caridad, la fidelidad a los compromisos de vida asumidos, la resistencia silenciosa... Si pudieras comprender la preciosidad de la oración de intercesión y del sufragio,
¡cuánto cambiarían las cosas en ti!
P. Marco Panero, SDB