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GRAN SINFONÍA DE ORACIÓN EN EL JUBILEO DE LA IGLESIA - TE ADORO (POR LA MAÑANA) EMPEZAR EL DÍA COMO CRISTIANOS

El itinerario de este año estará salpicado de meditaciones sobre oraciones cristianas comunes, una para cada mes. Se trata de textos generalmente conocidos, pero que no han agotado su potencial. Reflexionar sobre ellos nos deparará sorpresas, haciendo que

estas oraciones aparezcan bajo una nueva luz y quizás nos den ganas de recitarlas todos los días, en caso de que alguna vez las hayamos descuidado.

Comencemos con la oración que tradicionalmente abre la jornada de un cristiano.


Te adoro, Dios mío,

y te amo con todo mi corazón.

Te doy las gracias por haberme creado, hecho cristiano y conservado en esta noche. Te ofrezco las acciones del día:

que todo sea según tu santa voluntad para tu mayor gloria.

Presérvame del pecado y de todo mal. Que tu gracia me acompañe siempre y a todos mis seres queridos. Amén.


Te adoro, Dios mío, y te amo con todo mi corazón. El ataque es desafiante, no cabe duda. Son palabras que, al pronunciarlas, exigen que seamos sinceros con nosotros mismos, no sea que suenen falsas en nuestros labios. ¿De verdad, Señor, te adoro y te amo con todo mi corazón? Después de todo, ¿quién puede decir que ama a Dios con todo su corazón? Más que una declaración de intenciones, el te adoro se convierte así en una provocación, una invitación insistente a hacer lo que dice la oración. Es diciéndose amar a Dios como, poco a poco, se empieza a amarle en serio, de modo que la voluntad se adhiere a las palabras pronunciadas y se modela progresivamente según ellas.


No pasemos por alto el verbo que da título a toda la oración: Te adoro. El amor cristiano está destinado, por su propia naturaleza, a extenderse sobre muchos, mientras que la adoración está reservada sólo a Dios. ¿Una pretensión indebida? En absoluto. En efecto, adorar a Dios es una condición para poder amarle precisamente como Dios, es decir, con todo el corazón. Existe una estrecha relación entre adoración y amor: si falta la reverencia a Dios, si cesa la adoración, pronto se pierde incluso el gusto por las cosas de Dios, por la oración misma, y finalmente se extingue también el amor a las criaturas, reducidas a objeto de provecho. La falta de adoración es la raíz remota de todos los abusos, porque la adoración conserva la caridad y la mantiene en su debido orden.


Te doy gracias por haberme creado, hecho cristiano y preservado en esta noche.

Conscientes de nuestra precariedad, de la fragilidad estructural de nuestra existencia, reconocemos que lo hemos recibido todo de Dios: por eso le damos gracias por la vida que nos concedió al crearnos de la nada, y por la renovación de esa vida que nos regala también hoy. Esta conciencia, si se asimila, nos mantiene pequeños, humildes, mansos ante los demás, auténticamente pobres de espíritu (cf. Mt 5,3). Quien sabe que lo ha recibido todo, no se impone a los demás, no finge nada y aprende a alegrarse de cada pequeña cosa, porque la acepta como un don divino. La primacía que Dios reclama en nuestras vidas (= adoración) no es un estorbo, ni mucho menos una pretensión arrogante. Sin Dios, sin esta sabrosa amistad con Él, los demás bienes también se desvanecen y no podríamos disfrutarlos en plenitud.


Después de dar gracias por el don de la vida, que es la condición básica de cualquier otro don, pasamos a dar gracias a Dios por el don de la fe cristiana, que nos revela el sentido de la vida. ¿Qué sentido tendría vivir incluso muchos años, pero privados del conocimiento de Dios y de la perspectiva de una eternidad dichosa vivida en su amistad?

Te doy las gracias por... hacerme cristiano. Seamos sinceros: ¿estoy contento de ser cristiano? ¿Reconozco la belleza de la fe en la que fui bautizado? ¿Tengo el vivo deseo de profundizar y disfrutar, ante todo, de esa fe que, como padre o catequista, propongo a las nuevas generaciones? Podríamos llevar la reflexión un poco más lejos mediante un ejercicio de imaginación: ¿qué sería de mi vida sin Dios? Si Dios desapareciera de repente de mi vida, ¿lo echaría de menos, o todo seguiría como antes?


Te ofrezco las obras del día... Como la oración se recita por la mañana, cuando uno tiene todo un día para vivir, con razón el Te adoro pasa a confiar a Dios el día. Puede salir maravillosamente, o puede ser un desastre, porque no todo depende de nosotros. Pero hay algo que podemos hacer: ofrecer de antemano nuestras acciones al Señor, pidiéndole que se ajusten a su voluntad.


Decir por la mañana: Te ofrezco las acciones de este día es como comprometerse ante el Señor a realizar sólo aquellas que puedan gustarle, como si las recogiéramos en un cesto que por la tarde, ansiosos, le presentaremos.

El ofrecimiento de nuestras acciones, repetido tal vez varias veces a lo largo del día, es un poderoso incentivo para actuar siempre y en todo, incluso en las cosas más pequeñas, de forma conforme a la voluntad de Dios. Al fin y al cabo, cuando hemos hecho lo que agrada a Dios, lo hemos hecho todo y debemos estar tranquilos, aunque exteriormente la obra pueda perfeccionarse o sea objeto de críticas. Tengámoslo presente: sólo si nos esforzamos por actuar como Dios quiere y porque Él quiere, encontraremos la paz y seremos felices allí donde el Señor quiso que estuviéramos.



Pero en la aventura de un nuevo día, no todo va sobre ruedas. He aquí, pues, la sabia súplica: Presérvame del pecado y de todo mal. Obsérvese el orden de las peticiones: en primer lugar, se pide a Dios que nos preserve del pecado, porque el pecado es el mayor mal que nos puede sobrevenir, sencillamente porque nos hace perder el mayor bien, que es Dios.


Podemos estar seguros de esto: Dios quiere que nos alejemos del mal más que nosotros mismos. Por eso, si nosotros mismos le hacemos esta petición, ¿no nos ayudará? "Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá... ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide un pan, le dará una piedra? Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,9-13).


Esta conciencia debe infundirnos serenidad, incluso en medio de la gravedad de la lucha. En la oración nos dirigimos a Aquel que es más poderoso que todo mal, porque el Señor Jesús, resucitado de entre los muertos, ya ha vencido. Ante el mal que amenaza con arrollarlo, el cristiano no avanza imprudentemente solo, presumiendo de sus propias fuerzas, sino que se refugia a la sombra de la cruz y pide confiadamente la ayuda divina. A menudo, en la vida espiritual, la oración tenaz consigue lo que años de esfuerzo no habían logrado...


La oración de Te adoro termina con una nota dulce: Tu gracia esté siempre conmigo y con todos mis seres queridos. Prestemos atención al objeto de esta oración, a lo que pedimos para nosotros y para nuestros seres queridos: la gracia de Dios, es decir, la vida misma de Dios, derramada sobre los que le aman. Para


que, "emparentados" con Dios, podamosparticipar en el misterio de su vida trinitaria, gozando momento a momento de su dulce amistad. ¿Hay algo más hermoso en una vida humana?


Quien ha experimentado, aunque sea fugazmente, lo que significa vivir en gracia de Dios, comprende instintivamente que éste es el bien supremo, y por eso lo desea también para los que más ama: Tu gracia esté siempre conmigo y con todos mis seres queridos.


P. Marco Panero, SDB

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