LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
La fiesta de Todos los Santos, que celebramos cada 1 de noviembre, nos invita a honrar a todos aquellos que, habiendo vivido en la Tierra, han alcanzado un alto grado de vida cristiana y gozan ya de la presencia de Dios en el cielo. Esta celebración abarca tanto a los santos reconocidos oficialmente por la Iglesia, como a aquellos que permanecen en el anonimato, pero que sin embargo, han seguido un camino de fe, caridad y virtud. En el centro de esta fiesta brilla también la figura de la Virgen María, que ocupa un lugar preeminente entre todos los santos, por ser el modelo perfecto de santidad y la intercesora por excelencia.
La fiesta de Todos los Santos subraya, de modo especial, la realidad de la «comunión de los santos», es decir, la unión espiritual de todos los fieles cristianos, tanto los que ya gozan de la presencia divina como los que aún peregrinan por la tierra. Esta comunión nos recuerda que la Iglesia va más allá de la dimensión terrena: es también una realidad celestial. Todos los santos, desde el cielo, interceden por los que aún viven en este mundo, ayudándolos a alcanzar la salvación. Este vínculo nos recuerda que no estamos solos, que formamos parte de una comunidad destinada a la vida eterna y que todos estamos llamados a formar parte de esta familia de salvados.
Este día tiene también un profundo sentido de «santificación universal». No sólo se celebra a los santos más conocidos o canonizados, sino también a todos aquellos que han vivido según el Evangelio y han alcanzado la santidad, aunque sus vidas no hayan sido reconocidos como santos por los hombres. La fiesta de Todos los Santos subraya que la santidad no es un privilegio exclusivo de unos pocos elegidos, sino que es la llamada de todo cristiano bautizado. Es un recordatorio de que la vocación a la santidad está inscrita en cada uno de nosotros, y que cada uno, en su vida cotidiana, puede responder con amor y entrega a esta llamada.
En el contexto de esta celebración, la Virgen María ocupa un lugar de honor único. Ella es la más santa de las santas, la «Reina de todos los Santos», y representa el modelo más sublime de fidelidad a la llamada de Dios. Con su «Sí» incondicional al designio divino, María nos muestra el camino de la santidad: una vida de fe inquebrantable, de obediencia humilde y de amor generoso. Ella es el ejemplo al que todos los cristianos estamos llamados a mirar e imitar, porque en su vida contemplamos el ideal de lo que significa vivir plenamente la voluntad de Dios.
Además, María es una intercesora maternal que, desde el cielo, cuida y reza por todos sus hijos de la tierra. Su papel de madre amorosa la convierte en refugio y ayuda para todos los que afrontan dificultades en el camino de la santidad. En ella, los fieles encuentran no sólo un ejemplo inspirador, sino también una compañera cercana y protectora que intercede por nosotros ante Dios, asegurando su apoyo en los momentos de mayor necesidad espiritual.
Esta fiesta nos invita también a contemplar la gloria del cielo y a reflexionar sobre el destino prometido a la humanidad. María, asunta al cielo, se convierte en el testimonio vivo de lo que todos los creyentes pueden alcanzar: la vida eterna en la presencia de Dios. Como nueva Eva, es el cumplimiento del destino redentor de la humanidad y el signo de esperanza para todos los creyentes. En ella se refleja la certeza de que, gracias a la gracia de Dios y a la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, cada uno de nosotros puede alcanzar la plenitud de la vida en Dios.
Así pues, la fiesta de Todos los Santos no es sólo una celebración de los que ya están en la gloria de Dios, sino también una invitación a la esperanza y al compromiso personal por la santidad. Los santos nos muestran que, a pesar de nuestras limitaciones y luchas humanas, es posible vivir en el amor de Dios y alcanzar la comunión eterna con Él.
Ellos nos inspiran a permanecer firmes en la fe, sabiendo que el mismo Dios que actuó en sus vidas actúa también en las nuestras.
Por último, la Virgen María, como Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, tiene un papel fundamental en esta comunión de los santos. Ella, al estar más cerca de Cristo, es la mediadora más eficaz para interceder por nuestras necesidades. Su presencia en esta fiesta nos recuerda que todos los miembros del Cuerpo de Cristo, tanto en el cielo como en la tierra, están unidos y se apoyan mutuamente en el camino de la santidad.
La fiesta de Todos los Santos es, en definitiva, una profunda celebración de la comunión, de la esperanza y de la llamada universal a la santidad. En ella destaca la figura de la Virgen María como la más santa, la Reina de todos los santos, y como el modelo perfecto a seguir. Ella intercede por nosotros y nos anima a responder con generosidad a la llamada de Dios, siguiendo el ejemplo de los santos que nos han precedido y nos han mostrado el camino de la vida eterna. Que esta celebración nos recuerde que la santidad es una posibilidad real para todos, y que nuestro destino último es la comunión con Dios en la gloria, de la que María es la primera y más excelsa testigo.
P. Gabriel Cruz Trejo,
SDB Animador Espiritual ADMA Valdocco.
Renato Valera,
Presidente ADMA Valdocco
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