LA GRACIA PRESUPONE LA NATURALEZA: EL EJERCICIO DE LAS VIRTUDES
Junto a la lucha contra las tentaciones más comunes, estamos llamados a favorecer la acción del Espíritu Santo por medio de las virtudes. En particular nos ayudarán la humildad y la mansedumbre, rasgos del carácter de Jesús: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 25-30). Como dice San Francisco de Sales “Soportad con duzura las pequeñas injusticias, las pequeñas incomodidades, las pérdidas de poca importancia de cada día. Estas pequeñas ocasiones vividas con amor os ganarán el corazón de Dios y harán que sea todo vuestro”. Comprenderemos mejor que el desarrollo de las virtudes puede ayudarnos a crecer en la paz y en el amor: paciencia, mansedumbre, humildad, pobreza de espíritu (incluso en medio de las riquezas) evitando la maledicencia y los juicios. Trataremos no solo de amar a los otros, sino de hacer quelosotrossesientanamados,nutriéndonosdela gran riqueza de la espiritualidad salesiana y de Don Bosco: amabilidad, trabajo incansable, templanza y optimismo salesiano. Recordemos las tres palabras del papa Francisco: permiso, perdón, gracias.
1. ¿Qué es la humildad? Para expresar la humildad en el Magnificat, (“ha mirado la humilddad de su sierva”. Lc. 1, 48) y en el himno cristológico de San Pablo a los Filipenses (“se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte”. Fil. 2, 8) el término griego empleado es el sustantivo tapeinòs y el verbo tapeinòo. Cuando, de niño, leíamos Topolino, en las historias del tío Paperone había algunos episodios que narraban la pérdida de su ingente patrimonio; siempre que se daban situaciones de este tipo, el comentario del tío Paperone era este: “me tapino” (¡Pobre de mí!” ¿De dónde proviene y cuál es el significado de la expresión? En griego el término tapeinòs tiene cinco significados según el contexto:
1. de lugar: bajo, deprimido; de estatura, bajo, pequeño;
2. de persona: humilde, humillado, sometido y de baja condición, humilde, mezquino, pequeño, pobre, débil;
3. espiritualmente: deprimido, abatido;
4. moralmente: mezquino, vil, modesto, humilde;
5. de cosas: modesto, sencillo, pobre.
La referencia semántica para ambos contextos, del Magnificat y del himno de Filipenses, es el de persona. EnelcasodeMaría:humilde,debaja condición, pobre y débil, en el caso de Jesús: humillado y sometido. Los dos contextos nos ayudan a comprender en profundidad el significado de ser humilde; uno nos ayuda a explicar el otro.
Para ser útiles como María y hallar gracia ante Dios, necesitamos ser humillados y sometidos, como lo ha sido Jesús, en el momento de su muerte en cruz, su abatimiento más extremo. En resumen, no puede haber humildad sin humillación, estas dos realidades parecen directamente proporcionales. Si uno es débil y pobre realmente, o se considera tal, es el momento en que verdaderamente puede ser ensalzado: “quien se ensalza será humillado (tapeinòo) y quien se humilla (tapeinòo) será ensalzado” (Lc. 14,11). Realmente es el elogio a la fragilidad, una situación en la que Dios puede entrar, plantar su tienda, construir su casa y habitarla.
2. ¿Cuál es el significado del pasaje: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”? (Mt. 11, 25-30)
El párrafo se sitúa al final del cap. 11 y lo precede el envío a Jesús, por parte de Juan Bautista, de dos discípulos para preguntarle si verdaderamente era él el Mesías. Juan, que era primo de Jesús, elegido para ser su mensajero lo había reconocido desde el seno de su madre Isabel saltando de gozo en la visita de Jesús en el seno de María, se pregunta ahora “si es el que debe de venir o tenemos que esperar a otro”. Jesús responde con las características del Mesías citadas por el profeta Isaías: los ciegos ven, los cojos andan, se anuncia la buena nueva. A esta petición Jesús añade una alabanza a su primo y una confirmación de su misión de precursor. Es verdaderamente fuerte el contraste entre el anuncio exigente para la conversión del Bautista y la falta de acogida de su mensaje y el que Jesús mismo está anunciando. Verdaderamente las ciudades del lago de Galilea en las que se han realizado numerosos milagros no han creído en el poder de Cristo. A continuación del pasaje sigue la disputa con los fariseos sobre el sábado y el templo y Jesús, que es también señor del sábado, proclama “Misericordia quiero y no sacrificios”. Entre estos dos párrafos se sitúa el texto que comentamos. Reconocer a Jesús como el Mesías, acceder a su relación filial con el Padre, conocerlo en profundidad hasta tener experiencia de Él, no es fruto del esfuerzo humano, no va unido al conocimiento y observancia de la ley, no se alcanza por una ascesis exigente, va más allá de la dureza de corazón de no aceptar sus milagros. Es un don gratuito del Padre (así le agrada a Él) hasta el punto de que Jesús le da gracias con una profesión pública, a modo de oración, para que puedan escucharlo todos: “Te bendigo, Padre, señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los inteligentes y a los sabios y las has revelado a los pequeños”. Sólo los pequeños, los pobres, los humildes pueden acceder al conocimiento de Dios. Quien es grande, rico y soberbio, quien está lleno de si mismo, quien se apoya solo en sus propias fuerzas, quien es autosuficiente jamás podrá conocer la amplitud, la anchura y la profundidad del amor de Dios. He aquí la humillación de Jesús: “Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. La relación Padre Hijo es una relación totalizante: todo es dado por el Padre y el Hijo. Y el conocimiento que Jesús tiene del Padre es único: Él, el Unigénito del Padre, generado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, en el seno del Padre desde toda la eternidad y parasiempreesquienseencarna,sehacehombre, se abaja hasta la muerte en cruz, revela el rostro del Padre porque es una sola cosa con Él. No se puede acceder al Padre sino a través de la persona divina del Verbo encarnado.
Esta es la invitación a todos los hombres en su fragilidad existencial: “venid a mí todos los que estéis cansados y fatigados y yo os aliviaré”.
La fatiga y el cansancio son dos situaciones de vida con frecuencia presentes en los seres humanos, y no se refieren solo a la dimensión física, sino mucho más a la moral, existencial y espiritual. No podemos dejar de recordar el tiempo de pandemia, lo absurdo de las guerras, la incertidumbre económica, las dificultades de crecimiento, la asunción de nuevas responsabilidades, la enfemedad, la vejez. En estos dos términos, fatigados y cansados, están comprendidos todos los hombres y mujeres de todas las latitudes y tiempos. Ante esta realidad dura y la historia adversa se alza el desconcertante anuncio del alivio por parte de Jesús. Nos preguntamos, ¿pero quién vendrá en nuestra ayuda? ¿Quién nos liberará? Jesús responde con ternura: Yo os daré descanso. Yo saciaré vuestra sed, os daré el agua viva que calma la sed para la vida eterna. Yo os lavaré los pies y os serviré. ¿No os dais cuenta? Pecisamente ahora brota algo nuevo. Tomad mi yugo. Jesús nos da un peso. Es Su peso, Él se hace peso para nosotros. El yugo es un instrumento de madera para conducir animales en pareja y favorecer el gobierno del carro. El yugo es siempre de dos: uno es Jesús y el otro somos nosotros, Nunca estamos solos. Es hermosa la imagen de estar emparejados con Jesús; los pesos se comparten. Por eso dice al final que su yugo es suave(estáÉlemparejadoconmigo)ysupesoligero (porque la parte más pesada la lleva Él; es Él quien se carga la cruz por nosotros). Estamos llamados a ser cireneos con él, cireneos de su cruz pero también de su alegría. El versículo 29 incluye una indicación didáctica: “Aprended de mí, que soy manso y humilde (tapeinòs) de corazón y hallaréis reposo para vuestras almas”. Reconoceremos a nuestro Maestro y Señor si asistimos a su escuela de mansedumbre y humildad, si somos dóciles y mansos como el Cordero inmolado, y condenados, humillados, maltratados, vilipendiados como el Crucificado. El precio de la humildad es la humillación, el fruto de la salvación es la alegría.
3. ¿Qué dice San Francisco de Sales sobre la humildad y la mansedumbre?
La verdadera humildad es generosa. En efecto, cuanta más la humildad nos hace rebajarnos por el conocimiento de la nada que somos por nosotros mismos, tanto más nos lleva a estimar los bienes que Dios ha puesto en nosotros, en particular la fe, la esperanza, el amor y aquella capacidad que Él nos ha regalado de unirnos a Él por medio de la gracia. Este aprecio, que la humildad hace de los dones de Dios, es el fundamento de la generosidad del espíritu. La humildad nos convence de que no podemos nada por nosotros mismos, porque nos hace reconocer nuestra miseria y nuestro límite. A su vez, la generosidad nos hace decir con San Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. La humildad nos lleva a desconfiar de nosotos mismos. La generosidad nos hace confiar en Dios, estas dos virtudes van tan unidas la una a la otra que no puede estar una sin la otra ni se pueden separar. La humildad es agradecida: no es verdadera humildad la que impide ver lo que de bueno Dios ha puesto en nosotros. En efecto, los dones de Dios han de ser reconocidos y estimados. Conocerse a sí mismo quiere decir, sí, reconocer nuestra pequeñez, pero también la gran dignidad que Dios ha puesto en nosotros creándonos a su imagen y semejanza, capaces de unirnos a Él y dotados de un cierto instinto que nos hace tender y aspirar a esta unión. La verdadera humildad está llena de amor y al servicio del amor, hasta el punto de poder afirmar que la caridad es una humildad que sube y la humildad una caridad que baja. La humildad esconde y cubre las virtudes para conservarlas. Las deja ver solo cuando lo exige el amor. No hace alarde de sus propios dones, pero, cuando lo requiere, la caridad sabe dar al prójimo con franqueza y dulzura no solo lo que le es útil, sino incluso lo que le grada. Así pues, todas las formas de humildad que perjudican a la caridad son ciertamente falsas. Más; la humildad verdadera es dulce, fuerte, serena y maleable: caminando con sencillez por esta vía nos hacemos agradables a Dios porque Él se complace en los corazones humildes.
Por esto te exhorto a estar alegremente humilde ante Dios, pero también ante el mundo. No busques una humildad visible, pero tampoco la evites cuando se presenta la ocasión, sobre todo abrázala
siempre con alegría. Sin embargo, estate atento a que tu humildad exterior sea siempre una verdadera expresión de tu corazón.
Custodia amorosamente tu pequeñez porque Dios la contempla con complacencia y cuando encuenra esta humildad en el corazón, lo llena de gracia. Ama tu pobreza, goza de estar vacío para que el Señor pueda colmarte de su reino. Alimenta, pues, tu alma con un espíritu de humilde y cordial confianza en Dios y a medida que te veas frágil y miserable, aprende a esperar con más intensidad en Él. Practicarás así una gran humildad, generosa y tranquila. En el servicio de Dios ella te conservará en una libertad filial y amorosa sin amargar tu corazón y conservará en ti un espíritu de santa alegría (Cf. Entretenimientos espirituales, V, 2-4; VIII, 14; III 20. Introducción a la vida devota (Filotea) III, 5. Cartas del 1-11-1604; 1607; 8-1608).
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”,
así dice el Señor Jesús recomendándonos estas dos virtudes que resplandecían particualrmente en su persona. De este modo nos indica que solo por medio de la mansedumbre y de la humildad nuestro corazón puede imitarlo y dedicarse a Su servicio. En efecto, el santo amor nunca está separado de estas virtudes, del mismo modo que ellas tampoco pueden estar sin el santo amor.
Ten siempre presente que esta vida terrena es un camino hacia la vida bienaventurada, no nos enfrentemos, a lo largo del camino, unos contra otros; caminemos, en cambio, tranquilamente en paz y con los hermanos y compañeros de viaje. Si te es posible no te inquietes y no abras nunca, por ningún motivo, tu corazón a la ira, porque la ira del hombre no se ajusta a la justicia de Dios. Es mejor aprender a vivir sin ira que querer utilizar la ira con moderación y equilibrio. Y si, por nuestra debilidad, la ira nos pilla de sorpresa, es mejor rechazarla imediatamente que entrar en tratos con ella, porque, por poco espacio que le concedas en tu corazón, se hace inmediatamente dueña. ¿Cómo dominar la ira? Con un compromiso serio, pero calmo, sin violencia ni precipitación, porque el corazón agitado no puede ser dueño de sí mismo. Te ayudará, además, invocar la ayuda de Dios, pero también esta petición debe hacerse con dulzura y tranquilidad, nunca con violencia. Si te das cuenta de que te has dejado dominar por la ira con alguien, pon de inmediato remedio usando mayor dulzura hacia aquella persona. Y para aprender a hacer esto, cuando te encuentres con calma y sin motivo de cólera, aprovisiónate de dulzura, no solo en los labios, sino en lo íntimio del alma; no solo con los extraños, sino también con tus familiares y los más cercanos. Prepara, pues, cada mañana tu corazón a la dulzura, a la masedumbre y a la tranquilidad, y después, durante el día, de vez en cuando, recondúcelo a estas disposiciones interiores. Entrénate en este ejercicio particular de dulzura no solo para las ocasiones extraordinarias, sino también para los pequeños contratiempos de cada día. Y disponte a ello con ánimo tranquilo y sereno. Si te sucede faltar a la mansedumbre no te irrites, sino humíllate y a comenzar de nuevo. Sé calmo y equilibrado en tu obrar. Trata de no romper la paz con nadie. Lo que veas que puedes hacer con amor, hazlo, pero lo que no se pueda hacer sin oponerse o provocar discordia, déjalo pasar. Puede ocurrirnos en la vida cotidiana que tengamos que tratar con personas que nos irritan discrepando con nosotros o poniéndonos trabas: éste es el momento oportuno para ejercitar la verdadera mansedumbre, sabiendo que el amor se manifiesta haciendo el bien siempre y a cualquiera, aunque no experimentemos ningún gusto. (Filotea) II, 8; Cartas del 26-10-1612; 2-1609; 10-11–1616; 16-12-1619).
4. ¿Qué nos puede enseñar una pequeña y pobre salesiana cooperadora (Vera de Jesús)?
Vera: ¡Oh Jesús mío! No tengo nada que darte, no encuentro más que tus mismos Dones y te los ofrezco a través del Corazón de tu dulce Madre y mía, junto a mi pobre voluntad. ¡Oh Jesús! Obra Tú. Destrúyeme pero que no te resista, hazme humilde, toma todo mi corazón; que lata solo por Tí y que pueda decirte que todo latido te ama y aborrece el pecado. Vida mía, que yo no tenga otra vida que la tuya, otro suspiro que el tuyo, otra respiración que la tuya.
Jesús: “En el santo nombre de la obediencia escucha mi Voz: es Cruz, es Amor. Mi Amor y mi Cruz no te abandonarán jamás, así sera MI VOZ. Acéptala por obediencia, por amor y en espíritu de humildad y de penitencia. Mira, Yo estoy en ti en amor y en dolor, dolor y amor. Esta Voz, mi Voz, será el fuego que te purificará. Quiero que MI TEMPLO arda, arda, se consuma por Mí. Dame gracias, hija, porque es grande el amor del Padre por ti. Mañana, en la Santa Misa llevarás mis Dones, los Dones del Corazón de mi Madre y los unirás a tus miserias, a tu nulidad, a tu corazón demasiado pequeño, lo tomaré todo. Recuerda: el vino y el agua. En este misterio esta la la unión, la entrega. Solo conmigo la oferta sube a Dios Padre. ¡Oh, hija mía! Abísmate en mi Amor. Solo te sostendrá mi Gracia. Mírame en la Cruz, ámame en laCruz,clávateenlaCruz:yoteatraigoamí,Jesús. ¡Haz todo en mi Nombre y por mi Amor. Cuando te abrume el cansancio, invócame: Yo te ayudaré!” (Portami con te, 117). Jesús: “Don de Dios, Don de Amor. Mi amor no tiene límites, ni barreras. No son tus miserias las que impiden mi Gracia en ti porque mi Gracia es AMOR. Son tus dudas, tus incertidumbres, los límites que tú pones al abandono en MÍ: Jesús. ¡Qué frágil eres, hija mía! Ven a Mí: Yo soy la FUERZA, tu fuerza. Piensa en el tabernáculo. Cree en MI PRESENCIA en el tabernáculo. Créeme, tu Jesús no te engaña. Soy yo, Jesús. Hablaría a cualquier pecador si tuviese fe en mí, si creyese en mí Santa Humanidad, pero aún así no creería porque no tiene fe. Si la fe ha crecido en tí, sábete que es un Don Mío. Cree en Mí que te hablo y no pidas otra cosa, no te preguntes el por qué: así le agrada a mi Padre y así me agrada a Mí. Recibe con humildad y gratitud mi Voz. Vuélvete a Mi, abandónate a mi Amor. ¿Sientes mi Cruz y mi yugo? Déjate penetrar por Mí”. (Portami con te, 120).
Vera: Oh Jesús, dame el dolor de los pecados, un AMOR puro y santo, dame el don de la humildad y la obediencia. Oh Jesús dame “todo” porque no tengo nada. Gracias. (Portami con te, 122).
Jesús: “Ahora, hija Mía, escúchame: es voluntad de Mi Padre que estés recogida, esperándome humildemente. Te llamo para cumplir una misión. No temas, tienes la fuerza. Te llevaré por caminos ásperos y tortuosos, pero al final Me reconocerás porque estaré allí esperándote. Sí, es Jesús de los Tabernáculos quien habla, quien llama: “Yo soy”. No tienes nada que hacer, por ahora, sino esperarme. Yo preparo “mis caminos” por los que tú y muchas otras almas os pondréis en camino. Te quiero para MÍ SOLO, te retiro del mundo a los afectos. Pon “todo y a todos” en Mis Manos de Padre, a tus familiares y pensaré en ellos, pero tú piensa sólo y siempre en Mí. Tendrás que “apartarte” de este mundo, dejarlo por Mí, desprenderte por Mí. Una Esposa no es del Esposo si no está crucificada con Él. Yo te atraigo a la locura de la Cruz. Mira, te hago “don” de mis riquezas, de mis pasiones: pasión de Amor, de Dolor; sacrificio, ofrenda, inmolación de mi Sangre. Mi pobre hija, ¡aún no ves nada de todo esto! Yo, Jesús, Camino, Verdad, Vida te anunciaré muchas cosas a su debido tiempo. Permanece en la humildad, en mi Amor, en mi Gracia. Con el perdón de tus pecados, te he redimido, en el lavado de Mi Sangre, te he purificado ayer, hoy, siempre. Necesitas este bautismo de Sangre cada día y sólo en Mi Sangre sucede esto. Prepárate, hija Mía, pronto vendré a ti. Le agradó tanto a Mi Padre, que aún le agrada servirse de las criaturas más pobres y desagradables, pero redimidas por Mi Sangre, para Su voluntad. Tú eres demasiado “nada” y por esto tienes miedo. Os he dicho que os hablo en el Corazón de mi Madre, y a través de esa espada que atraviesa su Corazón de Madre, os llega mi Voz. Desde “Ella” escúchame. Ahora orad, orad a Mi Padre para que se complazca en responder a vuestras oraciones. Cuando lleguen al Trono de Mi Padre, deben tener la fragancia del incienso. Pídeme incienso en tus oraciones y luego únelas a las de la Iglesia, a las del Papa; llévaselas al Padre Gabriel para que me las ofrezca. Pedid Mi Reino, Mi Voluntad, Mi Amor, Mi Gracia, Mi Bendición sobre toda la humanidad. Hacia el atardecer, desciendo al mundo, entre las almas y las miro, las busco... Sí, desciendo con Mi Gracia a las almas que Me han servido, infundo paz y serenidad en sus corazones: son “Mi tesoro” en la tierra. El Padre Gabriel hablará a las almas por Mi boca, y Mi Voz pasará a sus corazones. Para esto tu corazón debe sufrir, debe sangrar. Envíaselo al Padre Gabriel para que Me lo ofrezca en el Corazón de Mi Madre de los Dolores. Escríbelo para que conozca Mis Deseos. A otras almas les diré Mi Amor, Me serviré de ellas para abrazar a todos. Concluye con esta particular Bendición Mía: Os quiero a todos, os quiero salvados, os quiero en Mi Reino. Sí, hija Mía, Yo Soy tu amado Jesús, sí, sí, Soy Yo: Jesús. (Portami con te, 128)
Para la oración personal y la meditación
1) ¿Soporto las pequeñas injusticias o pequeños imprevistos cotidianos con paciencia y dulzura?
2) ¿En las dificultades me enfado conmigo mismo, dejándome llevar del orgullo, o me abandono en Dios repitiéndome “Todo lo puedo en aquel que me conforta” ?
3) Si estoy fatigado y cansado ¿pido ayuda a Jesús en la oración, seguro de formar pareja con Él y que Él llevará mi carga?
Compromiso mensual
Me esforzaré en no lamentarme ante las dificultades e imprevistos y en repetir “Jesús mío confío en ti” y “todo lo puedo en Aquel que me conforta”.
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