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Sentirse amados por Dios

1.- Sentirse amados por Dios

Nuestra fe se convierte en vida cuando experimentamos profundamente que somos amados por Dios

“Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?” Él le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con toda su mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la ley y los profetas.


Todos sabemos que amar es el mandamiento principal, el único que Jesús nos ha dejado. Los primeros cristianos se reconocían por el modo como se amaban, y se relacionaban entre sí... Es providencial poner al principio de nuestro itinerario el AMOR de Dios y el AMOR de los demás. No podíamos comenzar de modo más evangélico, y más profundamente mariano. Pidamos al Señor con fe y convicción, todos los días de nuestro caminar, que nos ayudemos a experimentar su amor de Padre, su amor incondicionado. Sería importante que cada uno de nosotros repitiese cada mañana, cada tarde, cada momento de la jornada, esta oración profunda e íntima, sentida:

“Señor, ayúdame a experimentar tu amor de Padre. Señor, ayúdame a experimentar tu amor de Padre”.


Nuestra fe se quedará en teoría, en pura teología, en solo doctrina desencarnada, si no baja cada instante a nuestro corazón y se convierte en vida. Con su encarnación, Jesús ha querido asumir nuestra condición humana y ponernos en relación con Dios. Ha sido una opción de amor del Padre que desde el principio no ha dejado de amarnos y de demostrarlo continuamente. Por ello os invito a dejarnos guiar por la Palabra de Dios en el momento formativo de este mes. Leed y releed, pero sobre todo orad este texto de Mateo 22, 34-40 y preguntaos: "Cómo amo al Señor? Cómo amo a los demás? Cuánto puede crecer mi amor en este año que estamos iniciando, con mi familia, con mi comunidad, con mis hijos, con las personas que el Señor ponga en mi camino?


La pregunta “Maestro, en la ley, ¿cuál es el primer mandamiento?” planteada por los fariseos para probar a Jesús es el núcleo de la catequesis para sus discípulos. Quizá también tú tienes que hacer alguna pregunta a Jesús, presentar alguna duda y quieras abrir tu corazón para que te responda con sencillez, con profundidad y dulzura... Jesús quiere amarte por entero y totalmente. Déjate amar por Jesús. Ábrete al amor del Padre a través de la presencia de su Espírtu... Ponte en la presencia del Señor, invocando al Espíritu Santo con tus palabras, para que este encuentro sea un encuentro de amor, para saborear el AMOR y aprender a AMAR, poniéndote en su presencia, siguiendo el camino que indica San Francisco de Sales:

  • El primero es una viva y atenta toma de conciencia de la omnipresencia de Dios: Dios está en todo y en todas partes y no hay lugar en este mundo que no manifieste su presencia.

  • El segundo es pensar que no solo Dios está presente en el lugar en que te encuentras, sino, de modo especial, en tu corazón y en lo profundo de tu espíritu.

  • El tercero es pensar en nuestro Salvador, que en la propia humanidad, ve desde el cielo a todas los habitantes de la tierra, y de manera particular, a todos los que están en oración.

  • El cuarto es representarnos al Salvador en su humanidad, a nuestro lado, como solemos hacer con los amigos

Hoy queremos recorrer un camino sencillo en el que reconozcamos que el Señor nos ama, que nos ha creado para amar y ser amados y que nuestra fe encuentra su mejor realización en el cumplimiento de este mandamiento de Dios: AMAR.


1.1.-Creados por el amor de Dios para amar

Dios nos ha creado porque nos ama, con un amor gratuito y desinteresado. Este ha sido el primer signo del amor de Dios para cada uno de nosotros: crearnos. Hemos sido creados por AMOR, somos frutos del amor de Dios. Dios habría podido no crearnos y, en cambio, nos ha dado el don de la existencia; habría podido pronunciar otro nombre, y ha preferido pronunciar el nuestro; habría podido tomar otro camino y en cambio nos ha elegido, nos ha pensado, nos ha amado. Cuando alguien ama, su corazón rebosa y cuanto más ama más se asemeja al corazón de Dios. Un corazón que ama comparte la alegría con los demás y esto es lo que desea su creador. Dios nos ha creado por un “desbordamiento” de su amor. Ha querido compartir con nosotros su alegría infinita, para que fuésemos inmensamente felices por ser criaturas de su amor. La verdadera fuente de la alegría es el amor.

“La fuente de la vida cristiana es la certeza de ser amados por Dios, de ser amados personalmente por nuestro Creador.... con un amor apasionado y fiel, un amor que es más grande que nuestra infidelidad y que nuestros pecados, con una amor que perdona” (Benedicto XVI). El amor más pleno, puro y verdadero que podremos experimentar y recibir es el amor de Dios.


Estamos en la tierra para conocer y amar a Dios, para hacer el bien según su voluntad, es decir AMAR, y para llegar un día al Paraíso. Somos peregrinos de la fe, porque venimos de Dios y a Dios vamos. Tenemos un origen más remoto que nuestros padres. Venimos de Dios en el que reside toda la felicidad del cielo y de la tierra, y nos espera en su eterna e ilimitada felicidad. Mientras tanto vivimos en la tierra. Algunas veces experimentamos la cercanía de nuestro Creador, otras nos vemos en dificultad para sentir su presencia en nuestra vida. Y para que podamos encontrar el camino de casa y no perdernos, Dios ha enviado a su Hijo, que nos ha liberado del pecado, nos ha salvado de todo mal y nos conduce de modo infalible a la vida verdadera. Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14,6)


Dios ha puesto en nuestro corazón el deseo de buscarlo y encontrarlo. San Agustín dice: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto mientras no repose en ti”. Es cosa natural para los seres humanos buscar a Dios. Toda nuestra búsqueda de la verdad y de la felicidad es, en definitiva, una búsqueda de lo que nos sostiene de modo absoluto, nos satisface de modo absoluto y nos reclama de modo absoluto. El hombre es plenamente él mismo cuando ha encontrado a Dios. “Quien busca la verdad, busca a Dios, sea o no consciente” (Santa Teresa Benedicta de la Cruz – Edith Stein).


1.2.- El amor de Dios es concreto y sensible

Todos sabemos que, para que Dios fuese conocido, se ha revelado. No estaba obligado a revelarse a los hombres, pero lo ha hecho por amor. Como en el amor humano podemos conocer algo de la persona que amamos solo cuando se abre su corazón, del mismo modo conocemos algo de los pensamientos más íntimos de Dios solo porque el Dios eterno y misterioso se ha abierto a nosotros por amor. Desde la creación, a través de los patriarcas y profetas, hasta la revelación final del Hijo Jesucristo, Dios ha hablado a la humanidad continuamente. En Jesús nos ha abierto su corazón y ha manifestado su ser íntimo a todos los tiempos. Corresponde a cada uno de nosotros reconocer que la revelación divina es un signo del amor universal de Dios para la humanidad en la historia de nuestro mundo. Puede que sea un poco distante para nosotros, pero nuestra fe nos ayuda a hacerlo. Sería interesante recorrer la revelación de Dios en el Antiguo Testamento enumerando todos los signos, promesas y gestos de amor que ha realizado con nuestros antepasados en la fe.


Llama a Abrahán para hacerlo “padre de muchos pueblos” (Gén 17,5b) y para bendecir en él “a todas las familias de la tierra” (Gén 12, 3b). El pueblo de Israel, nacido de Abrahán, será su propiedad personal. Dios se da a conocer a Moisés por su nombre. Su nombre misterioso, trascrito Yahweh, significa “Yo soy” (Éx 3,14). Él libera a Israel de la esclavitud de Egipto, pacta una alianza en el Sinaí, y a través de Moisés da la ley a su pueblo. Repetidamente Dios envía profetas a su pueblo para llamarlo a la conversión y a renovar la alianza. Los profetas anuncian que Dios establecerá una nueva y eterna alianza, que llevará a una renovación radical y a una redención definitiva. Esta alianza estará abierta a todas las personas. Finalmente, en Jesucristo, Dios nos muestra toda la profundidad de su amor misericordioso. A través de Jesucristo el Dios invisible se hace visible. Se hace hombre como nosotros. Esto nos muestra la grandeza del amor de Dios.


Después de la revelación del Antiguo Testamento llega el signo más evidente del amor de Dios: Jesucristo, su Hijo predilecto. Él es el signo por excelencia, la mayor manifestación del interés del Dios por el hombre. Esto es lo que Jesús ha querido revelar a sus amigos, sobre todo a sus amigos más queridos en el monte Tabor. Jesús es el signo, Jesús es el AMOR. El método mejor que el Padre ha encontrado para amarnos ha sido el entregarnos a su Hijo predilecto para amarnos como el Padre nos ama.


“Seis días más tarde, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, sube aparte con ellos solos a un monte alto y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Moisés y Elías, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí!”. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía qué decir pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo” (Mc 9,2-8).

Nuestra tarea es descubrir en Jesús, en el Hijo, el amor del Padre mediante la fe. El Padre ha tratado de manifestarnos su amor de modo perceptible y no ha encontrado modo mejor que Jesús su Hijo.

Preguntémonos:

Es Jesús, para mí, un signo de AMOR?

Me siento amado por Jesús?

Siento el amor de Jesús en mi vida?


En verdad que Jesús no nos ama corporalmente, como un padre, una madre, un amigo... su presencia no es tangible como la de un ser cualqwuiera, pero esto no significa que su amor no exista, que no sea verdadero y profundo. Nos ama todos los días, en su Palabra, en la Eucaristía, en la Reconciliación, en las personas que nos regala, en lo profundo de nuestro corazón; cuando en nuestro corazón nace comprendemos para qué hemos sido creados.


Frente a este amor que Dios nos tiene, debemos maravillarnos, sorprendernos, contemplar... dejarnos amar por Dios para que sea fuente de servicio y amor por los otros. Cuando experimentamos con fuerza el amor del Padre en nuestra vida, nos mueve a recambiar su amor con el amor por los demás Y entonces el primer mandamiento de amar a Dios se convierte en el mandamiento del amor al prójimo, Y sucede que, gracias a nuestra fe, amamos a Dios en los otros. Por eso nuestra fe es una respuesta al amor, y al mismo tiempo, es amor de Dios al servicio de los demás.


1.3.- la fe es la respuesta al amor de Dios

El que quiera creer ha de tener “un corazón atento” (1 Re 3:9). Dios busca de muchas maneras un contacto con nosotros. En todo encuentro humano, en toda experiencia que conmueva la naturaleza, en todo caso aparente, en todo reto, en todo dolor, se oculta un mensaje de Dios para nosotros. Más claramente nos habla cuando nos dirige su palabra con la voz de la conciencia. Nos habla como amigos. Por eso debemos responderle también como amigos y creer en Él, creer totalmente en Él, aprender a conocerlo cada día mejor y aceptar su voluntad sin reservas.

La fe es conocimiento y confianza; la fe es un puro don de Dios, que recibimos si lo pedimos con ardor, es la fuerza sobrenatural necesaria para conseguir la salvación, exige la libre voluntad y la clara comprensión del hombre cuando acepta la invitación divina; es absolutamente cierta porque tiene la garantía de Jesús; es incompleta hasta que no es eficaz en el amor; aumenta si escuchamos atentamente la voz de Dios y, a través de la oración experimentamos un intercambio vivo con Él. La fe nos permite ya ahora gustar anticipadamente la alegría del cielo.


Esta fe nos permite amar y, al mismo tiempo, aumenta nuestro amor. Solo cuando creemos podemos amar sin esperar nada a cambio; solo cuando la fe sostiene nuestro amor, podemos perdonar de corazón a quien nos ha ofendido.


Para la oración personal y la meditación.

1.- Medita esta frase y ora.

· La medida del amor es amar sin medida (San Francisco de Sales)

· El amor es gozo ante el bien; el bien es el único fundamento del amor. Amar significa querer hacer el bien a alguien (Santo Tomás de Aquino).

2.- ¿Que necesitarías para acoger el amor de Dios percibido en tu vida cotidiana?

3.- ¿Cómo cuidar, este año, el amor de Dios? ¿Como amarle y sentirse amado por Él?


Propósito mensual

Orar y pedir insistentemente cada día al Señor... “Señor, ayúdame a experimentar tu amor de Padre”.

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